Flamenco asexuado. Por Fátima Franco.

FLAMENCO ASEXUADO

Desde lo que conocemos como el inicio del flamenco, el baile se ha caracterizado por mantener unas pautas en su ejecución, que se han ido flexibilizando y transformando a medida que lo hacía el propio flamenco. De esta manera, se ha asumido el riesgo de una desvirtuación propia y genérica. Nos referimos a las diferencias existentes o ya desaparecidas entre el baile de hombre y mujer.

A lo largo de la historia, las diferencias entre el baile de sexos no solo han sido las referidas a la indumentaria, donde ya rompieron los esquemas del momento artistas como Trinidad ‘La Cuenca’, o Salud Rodríguez, la hija del Ciego; sino que se podían enumerar una serie de normas en la ejecución del baile, siendo las habilidades naturales de hombres y mujeres determinantes en la realización de coreografías.

La interpretación diferenciada según el sexo de unos u otros palos, motivada por los atributos, posibilidades y límites según género, han aparecido tradicionalmente como intransferibles, siendo las maneras de bailar «propias de mujeres» como por ejemplo Tarantos, Tientos, o Alegrías, y “propias de hombres», como eran la Farruca, Martinete…

Con gran paralelismo al “decálogo del sí y del no” de los maestros sastres sevillanos, (refiriéndose a la buena práctica del vestir flamenco-andaluz), maestras como la gran Matilde Coral se refiere al «deber ser» de las bailaoras, como el “baile de cintura para arriba”, con ejercicios de brazos y suaves torsiones llenos de sensualidad, y no como corresponde a los hombres, que bailan “de cintura para abajo” con desmedidos ejercicios de pies. Lo permitido y lo prohibido, para mujeres y hombres se escribe y se describe con el cuerpo y los movimientos.

En la actualidad estas diferencias están llegando a ser obsoletas, ya que los principales elementos que marcan la diferencia (zapateados y braceos) se llevan a cabo de igual manera por ellos y por ellas, sin hacer diferenciación de género. Solo tenemos que mirar a lo que se “mueve” en los escenarios. Bailaoras que pierden su identidad a cambio de ejercicios de pies casi atléticos o bailaores que se acomodan en la espectacularidad de una bata de cola.

Hay que decir, que todo tiene su momento y medida en cada coreografía, y el saber dárselo, es sello de virtuosismo como demostraron y demuestran artistas como: Carmen Amaya, Blanca del Rey, Carmen Mota, Farruco o Manuela Carrasco, entre otros muchos.

Lo cierto es que en la actualidad, el baile de mujer al incorporar ese virtuosismo en la ejecución de zapateados, esta dando lugar a la casi extinción de la coquetería, y la sensualidad propia del baile de mujer. Podríamos hablar de que esta simbiosis, es un reflejo del cambio de mentalidad de la sociedad actual, que ha ido eliminando los roles y diferencias de género, provocando una escuela de baile flamenco asexuada. Como consecuencia de esta metamorfosis, la actuación de baile ha llegado en demasiadas ocasiones, (según muchos entendidos) a simular una tabla de ejercicios de karate más que una coreografía plástica y flamenca.

Conciencia flamenca suplico desde aquí, a aquellos que llevan el baile a los escenarios, ¡que suene flamenco, que se vea flamenco, por Dios! Porque si no fuese así, la solea no sería Soleá, ni el taranto, Taranto, sería algo no bien llamado Flamenco.


Por Fátima Franco

Fátima Franco, bailaora de flamenco de CórdobaBailaora cordobesa miembro del Consejo Internacional de la Danza de la UNESCO y autora del libro “La indumentaria en el baile flamenco. Un recorrido histórico», galardonado con el Premio Internacional de investigación etnográfica del flamenco “Juan de la Plata” de la Cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera.

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