No solo este recién terminado año de 2013 ha sido fatídico desde un punto de vista económico, sino también con relación flamenco por el importante y prolijo número de artistas que nos han dejado para siempre. A los “Pies de Plomo”, “ La Tomasa”, Antonio Chacón, Manuel Mairena, el “Perlo de Triana” y “El Eléctrico” hay que sumar, el mismo día 31 de diciembre, la terrible pérdida para lo jondo del indomable y enigmático cantaor jerezano Juan Moneo Lara “El Torta”.
Y es precisamente a este al que voy a dedicar unas líneas como sencillo homenaje a un forma de entender el cante que en la actualidad está en franco desuso en términos artísticos. Para los que no estéis muy versados en el mundo del cante mas sí en el del fútbol, hablar de “El Torta” es como si hiciésemos lo mismo con Mágico González -aquel genial futbolista del Cádiz-en el ámbito futbolístico. Es decir, artistas capaces de lo mejor y de lo peor, de en un momento alcanzar la gloria para, en un segundo, bajar a las tinieblas más absolutas a consecuencia de sus miserias y demonios más mundanos (todos tenemos en mente su histórica letra por bulerías: “En mi barrio conocí/ a una mala compañera/ que se llamaba heroína/ y no puedo apartarme de ella”…)
Y es que “El Torta” no tenía término medio; lo mismo levantaba al más de los exigentes y puristas públicos con sus raciales y anárquicas invocaciones a los duendes más negros y profundos, que se arrastraba, en pésimas condiciones, sobre un escenario para desilusión y desesperación de un público ávido de sentir los misterios y esencias de la música flamenca.
Tampoco, a mi entender, conviene reducir el duende flamenco a la manera de concebirlo de artistas como “El Torta” -para mí, aunque de una manera diferente, Pepe Marchena o Manuel Vallejo también tenían su duende, o sea, capacidad para transmitir y emocionar al público-, aunque sí que es cierto que “El Torta” lo “invocaba” de una manera tan especial, que el aficionado recibía, con uno de sus habituales quejíos o tercios de su cante, sensaciones difíciles de digerir e intelectualizar, aunque sobradamente complacientes con sus inquietudes flamencas más exigentes.
Desde estas páginas mi más sincero reconocimiento a una manera de entender el cante -hoy, insisto, en franco declive en los escenarios y circuitos profesionales- absolutamente necesaria para las nuevas generaciones de artistas y aficionados que deseen indagar en los fundamentos de esta maravillosa música.