Es un ejercicio de responsabilidad velar por la integración de las diferentes propuestas estilísticas a la hora de configurar un cartel
Lo que te vas a encontrar en estas líneas, estimado lector, no es una crítica al uso de un festival de flamenco. Es decir, no me limitaré a una valoración artística de lo presenciado sobre el escenario el pasado catorce de agosto en la Caseta Municipal de la feria real pontanensa. En mi múltiple condición de aficionado, asesor del Ayuntamiento de Puente Genil para temas flamencos -tarea que desempeño de manera altruista desde hace dos años, no me gusta reflejar esto último pero dada la extrema sensibilidad de algunos no tengo más remedio- y colaborador de esta revista, voy a proponer una reflexión de todo lo ocurrido antes, durante y después del festival.
Por supuesto, al ser juez y parte -he asesorado al Concejal de Festejos en la elección de los artistas- estoy abierto a las críticas siempre que se hagan con argumentos y de buena fe; las que se salgan de estas directrices, simplemente, no me interesan. Asimismo, como colaborador de esta revista digital me debo a sus lectores, por lo que intentaré ser lo más honesto posible en mis planteamientos. No pretendo sentar cátedra ni muchísimo menos -¡Dios me libre!- convencer a nadie, simplemente compartir con todos vosotros mis pensamientos con relación a todo lo relacionado con nuestra cuadragésimo séptima edición de nuestro Festival de Cante Grande “Fosforito”. Trataremos diversos aspectos: desde la configuración del cartel al comportamiento de los artistas, pasando por algunas apreciaciones relacionadas con la Organización.
Difícil es la configuración de un cartel para un festival de la dimensión del nuestro. En una música vivencial y tan pasional como la flamenca, en la que los gustos personales juegan un papel definitivo, contentar, con un determinado elenco de artistas, a la totalidad del amplio y diverso espectro de la afición flamenca es, literalmente, imposible. La disparidad de opiniones es consustancial a esta maravillosa música. Y la persona encargada de coordinar la elección de los artistas -¡ojo!, yo sólo asesoro, mis opiniones para nada son vinculantes- debe de dejar, como condición sine qua non, sus propios gustos a un lado y guiarse por la calidad de los artistas, los diversos gustos del respetable y el presupuesto económico.
A partir de aquí, se va eligiendo a un grupo de artistas pretendiendo encontrar un equilibrio estilístico para intentar satisfacer a las diferentes sensibilidades flamencas. Y eso, queridos amigos, es lo que se ha procurado hacer este año. Un cartel en el que, con el cante ortodoxo de Tamara Aguilera -feliz ganadora del concurso “Membrillo de Oro”- y José Valencia, el cante más moderno de Argentina -está triunfando por todos los festivales de España- y Julián Estrada y el punto intermedio del cante de siempre, pero a la vez fresco, de la granadina Marina Heredia, predominara, a priori, de alguna manera el EQUILIBRIO ESTÉTICO.
Quizás este equilibrio no sea del agrado de los acérrimos seguidores de cualquiera de las dos tendencias, mas es lo que tiene cuando se trata de conseguirlo. Por lo que no estoy de acuerdo, con todos mis respetos, con una opinión que después del festival se ha extendido, lícitamente, entre determinado sector de aficionados de que lo ofrecido este año en el mismo ha sido solo vanguardia.
Repasad la trayectoria de cada uno de los artistas y os daréis cuenta de lo que os estoy diciendo. El arte flamenco, como música que, TAMBIÉN, es, evoluciona constantemente y no puede permanecer aislado de las nuevas tendencias. Y es un ejercicio, a mi modo de ver, de responsabilidad a la hora de elaborar un cartel -por cierto, cada aficionado lleva dentro a un configurador de festivales- velar por la integración de las diferentes propuestas estilísticas. No nos queda otra.
Tras estas, para un servidor, necesarias aclaraciones iniciales, vayamos a lo realmente interesante: lo acontecido en nuestro Festival de Cante Grande “Fosforito”. Y comienzo con dos críticas a la organización relacionadas con la puntualidad y el orden de los artistas. Vamos a ver. No es admisible que el festival comenzase casi media hora después de la publicitada como de inicio. Si queremos, de una vez por todas, dignificar esta clase de espectáculos, esto no puede ocurrir. Como tampoco es asumible que, prácticamente, a la hora oficial del comienzo del festival, los artistas estuviesen sobre el escenario probando el equipo de megafonía. Da una sensación, cuanto menos, de imprevisibilidad francamente lamentable.
Y lo mismo con el orden de los artistas. Un orden no puede cambiarse a última hora sin razones justificables. El orden tiene que ser establecido por la organización -es la que paga- con días o meses de antelación, atendiendo a sus intereses. Y el que no acepte esta condición -y más en un festival de la categoría del nuestro- sencillamente no viene, evitándose problemas y situaciones poco recomendables.
Me consta que todas estas directrices las tenía muy claras la Concejalía de Festejos y así fueron transmitidas a la empresa encargada de la organización del festival, mas por motivos que desconocemos esta no las materializó. El Festival de Puente Genil, insisto, no puede permitirse, no merece estas extrañas e incomprensibles “circunstancias organizativas”. Por lo demás, gran noche la vivida desde el punto de vista artístico, con un público entregado que aguantó, nada más y nada menos, hasta las cinco de la mañana. Muy tarde, cierto, mas ¿cómo se hace para limitar el tiempo de actuación a artistas-la mayoría debutantes- que vienen a dar todo lo que tienen a una plaza de primera como es Puente Genil? Complejo asunto…