Arcángel vuelve a mirar a Sevilla a los ojos

Arcángel no necesitó esta vez ponerle nombre a su propuesta. Ni quiso tampoco contar más de lo preciso porque, como ha venido demostrando durante toda su carrera, es una artista que habla con su trabajo. Venía a hacer de él mismo y aquí no le gana nadie.

Este cantaor sabe conjugar en su voz y en su forma de entender el cante todo lo que ha estudiado, ha investigado, ha curioseado, ha conocido y ha vivido sin parecerse a nadie ni caer en la imitación fácil nunca. Labrándose un camino propio, fiel siempre a sus ideales y a su criterio, y lejos de la complacencia. El que la lleva la entiende y yo me equivoco solo, que canta por bulerías. Así que, aunque sólo fuera por esto, merece todos los respetos de este arte que a veces condena con tanta rapidez.

Foto: Adam Newby.
Foto: Adam Newby.

Es cierto que no hubo euforia en el patio de butacas ni jaleos desmesurados hasta que él no lo quiso, pero es que no es eso lo que busca Arcángel por norma. Su rectitud escénica, su mesura, su elegancia y su exquisito gusto musical que demuestra en cada detalle: en el repertorio, en las letras, en el orden, en los músicos de los que se rodea… invitan al recogimiento, a la escucha activa, al paladeo. Su cante no es para bebérselo a sorbos sino para dejar que el hielo se derrita. Y, por supuesto, esto también es el flamenco. Sobre todo, porque los pellizcos no tienen por qué dejar moratones. Sus lesiones son cerebrales y afectan al sistema sensorial.

Su salida encadenando el pregón del Uvero con soleá por bulerías y fandangos le sirvieron ya para resumir todo lo que él representa. Sus melismas, su fraseo y su control del compás, sumado a una actitud más relajada y consciente, le permitió dibujar nuevas formas en su propio cante en el que estuvo presente su añorado Enrique Morente en todo momento.

Así fue casando bulerías, tientos, tangos, taranta, seguiriyas, cantiñas, canciones… en un recital de casi dos horas que fue manejando como quiso, jugando y desprendiéndose de su propia didáctica. Poniendo de manifiesto lo que le duele el flamenco y esta Sevilla que no siempre se comprende.

Foto: Adam Newby.
Foto: Adam Newby.

Además, el onubense se encontraba bien en su vuelta al Lope de Vega y esto le permitió recrearse, proyectar su voz laína -ahora más dolida- hasta el infinito y recogerla hasta guardarla dentro de su chaqueta. Claro que cuando nos puso un nudo en la garganta fue cuando bajó al patio de butacas para mirarnos a los ojos y cantar por bulerías caracoleras con una voz natural que es una delicia (¡Qué pena no poder oír más recitales sin micros ni reverb!). De esta forma, nos resultó imponente porque encoge y rebusca los tercios desde la más absoluta flamencura. Igual que hizo en los fandangos que regaló en el bis, con los que tiene para escribir un manual de apología de la belleza.

Todo con el compás y los coros exactos y medidos de Los Mellis, la delicadeza en la percusión de Agustín Diassera que supo ser «guardián del silencio», como destacó el propio cantaor, e introducir los golpes precisos hasta por seguiriyas. Y, por supuesto, con dos guitarras -las de Dani de Morón y Miguel Ángel Cortés- que nos volvieron a llevar a maravillosos paisajes desconocidos. Uno invitándonos a jugar al escondite en el bosque y otros salvándonos de un naufragio con su mástil. Un universo, al fin, donde sí que pasaríamos la Noche en Blanco.


‘Arcángel’. Teatro Lope de Vega. Cante: Arcángel. Guitarra: Miguel Ángel Cortés y Dani de Morón. Coros y palmas: Los Mellis. Percusión: Agustín Diassera.

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