El espectáculo-conferencia ‘Carmen Amaya. Cien años y un día de baile’ fue el acto más concurrido de los que se programaron en el II Congreso Internacional de Flamenco celebrado en Córdoba
Se murió Carmen Amaya y España entera lloró. Así lo dice la famosa copla y así lo constatan todos los documentos gráficos de la época. Esta bailaora no solo fue única en su tiempo sino que lo sigue siendo hoy día cuando se cumplen cincuenta años de su muerte (19 de noviembre de 1963) y el centenario de su nacimiento (fechado a efectos oficiales el 2 de noviembre de 1913).
Basta verla tras el objetivo de Colita o en alguna de sus apariciones en películas para que, quien no la conociera, entienda de repente todo su magnetismo, su genialidad. Por eso, su nombre siempre sale a relucir cuando se habla de flamenco en mayúsculas y, por eso, su figura sigue despertando pasiones en los aficionados y en quienes no lo son.
En este sentido, no es de extrañar que el espectáculo-conferencia ‘Carmen Amaya. Cien años y un día de baile’, que se programó dentro del Congreso Internacional de Flamenco celebrado el pasado fin de semana en Córdoba, fuera el acto más concurrido de todo el evento. O que aún el público sienta la necesidad de lanzar ‘oles’ al verla bailar por alegrías, como pasó en el Palacio de Congresos. Hay grupos en Facebook en los que se publican post únicamente sobre ella y que cuentan con más de decenas de miles de seguidores.
Los motivos los pueden encontrar en sus pies o los pueden buscar en su cabeza. Carmen Amaya no fue solo para muchos la mejor bailaora que ha dado este arte, de zapateado salvaje y figura indomable, sino que además fue capaz de llenar los grandes teatros americanos, participó en tres películas nominadas a los Óscar y conquistó hasta al mismísimo Roosevelt. Mucho antes que los banderas, los bardenes y las pe.
Su fascinante vida, como relató el pasado fin de semana de forma cercana y divulgativa el periodista Manuel Curao, sigue alimentando el mito y la leyenda. Su carácter y su generosidad, que la llevó a morir arruinada, la convirtió en un referente eterno de la gitanería. El recuerdo de su baile -interpretados por Lucía Álvarez ‘La Piñona’, con voz de Moi de Morón y guitarra de Miguel Pérez- sigue sirviendo de inspiración a todas las generaciones. Su personalidad libre, original y luchadora, de la que aún pueden hablar testimonios directos, podrá servir siempre de asidero cuando surjan debates vacíos.
Con una grabación del garrotín en su propia voz, pinchado en tocadiscos, acabó esta genial iniciativa tributo a su memoria. Nunca sobrarán las excusas para revisar su obra.
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