El niño de Rocío

La criatura de Rocío Márquez es su cante. Lo alimenta, lo mima, contempla orgullosa cómo va creciendo. El chiquillo está en buenas manos, pues no conocemos a un artista con mayor conciencia de su progresión que Rocío. Al sentarse a cantar, la onubense nos regala una parte de su intimidad y nos demuestra cómo juega con ese retoño, en qué valores lo está educando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El cante de Rocío trasmite emociones e ideas. Tiene el mérito de hacernos cavilar en cada uno de sus recitales, pues su interpretación es tan pulcra que podemos rastrear el proceso de creación de ese cante, sus referencias, sus intenciones. Aquí no hay nada misterioso: Rocío cría a su chiquillo en un mundo idílico.

El niño tiene un abuelo, Pepe. En su tercer trabajo, Márquez le ha contado a su vástago quién era ese señor, cómo lo recuerda ella, por qué lo quiere tanto y en qué se parecen. En una primera parte austera y como siempre cálida (esta cantaora tiene la capacidad de convertir la sala en una reunión de amigos) Rocío desgranó la parte clásica de este trabajo dual en memoria del maestro de Marchena. Granaína del revés con Manuel Herrera cantando a la guitarra y las cuerdas vocales de Los Mellis y la propia Rocío. La cantaora tuvo que enfangarse por una vez para llegar a los bajos (aquellos bajos de Marchena que no han tenido igual). Una melodía preciosa y toda la sensualidad y delicadeza a la que esta veinteañera nos tiene acostumbrados.

Rocío Márquez en el Teatro Central. Foto: Adam Newby.

En los fandangos naturales comprobamos de nuevo que Rocío se faja con un cante que se le escapa por algún sitio. Si la todopoderosa voz de Rocío tiene aquí dificultades, advertimos aún más la magnitud de la obra de José Tejada Martín.

En los cantes de ida y vuelta continuó la línea de su trabajo anterior y expuso poco. Como siempre, magnífica la guitarra de Manuel Herrera, tan comedida y deliciosa como requieren las formas de su compañera. Al tres cubano estuvo Raúl Rodríguez, que coloreó la guajira y milonga.

Para cerrar la parte tradicional, Rocío se acompañó del maestro Pepe Habichuela, que escudó a Pepe en bastantes ocasiones. La pareja funciona, y en la taranta y seguiriya viajamos por los tercios con indolente comodidad. En el Romance a Córdoba, Rocío recupera con éxito la parte guasona y teatral de Marchena, y se lanza meritoriamente a la reproducción de sus orfebrerías tonales.

La segunda parte es otro mundo. Inexplicablemente, a Rocío le han entrado las prisas y quiere que el niño sea grande, que se enfrente a la crudeza del mundo, que vaya con los tiempos. La cantaora se pone de pie y machaca su garganta en un saeta que martillean Raúl Cantizano a la eléctrica, Antonio Montiel a la batería y el Niño de Elche a las voces y efectos. Los flamencos tenemos el cuerpo hecho a estos sustos desde Omega, pero era lo último que podíamos esperar de Rocío.

Rocío Márquez en el Teatro Central. Foto: Adam Newby.

No entendemos por qué ha querido contradecir su personalidad, emborronarla, exponerla a un choque frontal. Ya digo que la impresión fue grande. Astutamente Rocío nos dio el disgusto de sopetón, para suavizar la propuesta en el siguiente cante, cuando nos condujo por el proceso de la colombiana, en el que reconstruyó los materiales melódicos y rítmicos que usó el maestro para crear ese cante, que tiene (y esto es algo que aprendimos ayer) un origen tan mestizo como de folclore vasco y mejicano.

En la rosa continuó por la misma línea, en un cándido ejercicio melódico, con estribillos dulces y una interpretación sosegada. Por un momento pensamos que Rocío iba a salvar la papeleta, pero al final del espectáculo dejó que el Niño de Elche la arrinconase y llevara el asunto por otro lado, más tétrico y consabidamente vanguardista. Distorsiones, sintetizadores, chirridos…

Del mismo modo que Morente quiso recuperar la escuela de Chacón, con este trabajo Rocío redondea su reivindicación del Niño de Marchena, algo que está implícito en su cante desde siempre. Pero en el mismo disco ha incluido una cara B donde oscurece su hábitat tan confortable.

En nuestra opinión, el mayor mérito reside en la aceptación de la propia condición, en el desarrollo de una escuela cantaora vilipendiada que ella ha ayudado enormemente a resucitar, en la reproducción de un cante imposible. Estos riegos ya nos parecían suficientes.


‘El Niños. Andando por los campos marcheneros3. Teatro Central. Cante: Rocío Márquez. Guitarra: Pepe Habichuela y Manuel Herrera. Tres cubano: Raúl Rodríguez. Guitarra eléctrica: Raúl Cantizano. Voces: Niño de Elche y Los Mellis. Batería: Antonio Montiel.

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