'El Pele' acompañado a la guitarra por Antonio de Patrocinio y su hijo a las palmas. Foto: Adam Newby.

UN PELE ILUMINADO PONE EN PIE AL PÚBLICO DE SEVILLA

Decía Roberto Rosselini, director de grandes trilogías, que el artista desempeña una función muy precisa en el mundo, la de “clarificar las cosas”. Exactamente esto es lo que hicieron anoche en el Teatro Maestranza de Sevilla El Pele, Pastora Galván, José Luis Montón y Ara Malikian. Evidenciar, sin pretenderlo, que sólo es grande el que tiene personalidad. Impartir una clase práctica de lo que es  y lo que puede conseguir el flamenco.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con la única misión de mostrar al público las “tres fuentes del flamenco vivo” –vocal, instrumental y dancística-, como cita José Luis Ortíz Nuevo en el programa de mano, se estrenaba esta ‘Trilogía’ que acabó teniendo como nexo común la libertad creativa de sus protagonistas. La capacidad de todos para dejar a un lado la perfección para centrarse en la búsqueda de la belleza, esa que sólo se encuentra cuando uno se enfrenta a sí mismo sin miedos, sin ataduras, e incluso con sentido del humor.

Es decir, el espectador pudo ver en cada una de las secuencias a un artista que no trata de convencer sino de disfrutar de lo que hace y transmitirlo. Sin duda, el camino más natural, pero más difícil, de emocionar. Por eso, es tan reconfortante cuando un espectáculo hace sentir al que asiste que se puede ser un poco más feliz.

Pastora Galván en uno de los momentos de Trilogía. Foto: Adam Newby.
Pastora Galván y ‘El Londro’ en uno de los momentos de Trilogía. Foto: Adam Newby.
Pastora Galván tuvo mucho que ver en esto. La sevillana abrió el telón por tarantos haciendo alarde de un baile auténtico, femenino, alegre. Ella ha sabido forjar un estilo único en el que capta como nadie la pureza de las viejas resabiadas y, al mismo tiempo, la renueva con lo más vanguardista de su hermano Israel. Consiguiendo un resultado de gran espectacularidad.

Pastora es una bailaora que entretiene, rápida, graciosa. Sabe manejar los silencios y le basta un movimiento de cadera por tangos de Triana para traerse de golpe todo el Altozano. En las alegrías, con bata de cola y mantón, recreó estampas que podrían venderse en los souvenir sin necesidad alguna de filtros de Instagram. Sus brazos y sus curvas encarnan a la perfección toda la escuela sevillana. Por eso, da gusto verla.

Por su parte, el guitarrista José Luis Montón y el violinista Ara Malikian protagonizaron uno de los momentos más mágicos de la noche interpretando el zorongo ‘Flor de Lis’, soleares, La Tarara y colombianas. El primero derrochó técnica y regaló unas composiciones exquisitas, cargadas de melancolía, directas al alma. Lo del segundo no tiene nombre.

Ara Malikian y José Luis Montón en 'Trilogía'. Foto: Adam Newby. Ya sea por lo inesperado o por su potencia escénica, lo cierto es que Malikian monopolizó las miradas y logró arrancar ‘oles’ nada más mover el arco. El libanés no toca el violín, lo succiona. Se retuerce en la silla, se levanta, se revuelve. Y entre tanto saca notas imposibles que suenan a gritos agónicos. Sobra decir que nadie necesitará explicarle nunca lo que es el duende.

Y, por último, reapareció El Pele en Sevilla tras el premio al Momento Mágico de la Bienal, completamente consciente de que está cantando como nunca. Sentado en butacón Papal y sabiéndose patriarca del cante, lo dio todo por soleares, seguirillas, malagueñas y alegrías “a su forma”. Sublime, iluminado y arropado por la genial guitarra del cordobés Antonio de Patrocinio.

En otras palabras, Manuel Moreno Maya, jugó con las notas, contuvo los tonos y meció el cante hasta arrancar lágrimas, hasta poner al público en pie. La grandeza de El Pele es que su cante es intuitivo, natural, nace de las entrañas. Y eso hace que cada vez que se sube a un escenario sea distinto, anárquico, inaudito.

Así, reunió a todos en un número no previsto en el que tuvo tiempo para acordarse de la “gran madre y gran artista” recientemente fallecida Marifé de Triana cantando por zambras a una entregada Pastora que no podía evitar dejarse llevar por la fuerza del cantaor. La fiesta terminó por bulerías. Nos referimos a la de antes de que se encendiera la luz del teatro. Porque la de los presentes aún perdura.

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