Si algo pone de manifiesto el espectáculo de anoche es que resulta imposible definir el cante gitano. Ambos cantaores abanderan el decir moreno y, sin embargo, sus propuestas no pueden ser más distintas. Si tenemos que guiarnos por lo vivido ayer, diremos que las formas cantaoras están más fuertemente condicionadas por el lugar de origen.
En Jesús Méndez reconocemos la bravura del cante jerezano, ese lleno de asperezas y fervor, que encuentra su mejor vehículo de expresión en los palos duros: seguiriyas, tonás, bulerías por soleá…
El metal de Jesús es tan varonil que lastima en cada uno de sus fraseos. El joven cantaor, ya irrevocablemente colocado en los primeros escalafones del arte, se ha desembarazado de la rigidez que maniataba sus actuaciones hasta hace bien poco, cuando ha empezado a acometer los cantes con la desenvoltura y la demencia que requieren sus estilos predilectos, como esas seguiriyas de su tierra que ayer supusieron uno de los momentos más profundos de la velada.
Asimismo, Méndez ha llevado a cabo una muy enriquecedora recuperación de los romances, con los que volvió a obrar una maravilla de memoria centenaria. Al toque un espléndido Manuel Valencia, exquisito actualizador del toque jerezano.
Frente a la rudeza del jerezano, la liviandad del cante costero de Reyes, que demostró ser un cantaor con más oficio, aún podríamos decir con mayor astucia. Siempre que el espectáculo planteó algún atisbo de duelo (véase la tanda de fandangos) resultó favorito para un atiborrado Lope de Vega, que en estas ocasiones interviene en el desarrollo del espectáculo con su cálida cercanía.
Antonio Reyes supo conducir esa energía y encandilar una vez más al público sevillano, que lo adora por su jugosa combinación de su estética caracolera con detalles camaroneros y la profundidad de un mairenismo bien entendido. No obstante, observamos en el chiclanero una excesiva relajación en la composición de su repertorio, que para quienes estamos familiarizados con su cante resulta ya demasiado previsible. Él, que tiene capacidad para la magia, debería aventurarse en nuevas orillas.
A destacar su soleá, siempre serena y bien mecida, en la que chispearon tres o cuatro letras ligadas que enloquecieron al respetable, al igual que sus tangos marca de la casa. Antonio Higuero volvió a demostrar su buen hacer en una labor de acompañamiento que se nos antoja delicadísima, por la parsimonia con que Reyes entiende el compás.
En las bulerías finales confirmamos que Jesús propone el trazo grueso y oscuro del Jerez más rancio en busca de la sacudida, mientras que Reyes prefiere el dibujo y la luminosidad, el ornamento que embriaga el oído. Golpe y caricia, campo y bahía, Méndez y Reyes, gitanos los dos.
‘Cantaores’. Teatro Lope de Vega. Cante: Jesús Méndez, Antonio Reyes. Toque: Manuel Valencia, Antonio Higuero. Palmas: Tate Núñez, Diego Montoya y Manuel Salado. Piano: Sergio Monroy.