Gala de clausura de la Bienal de Flamenco de Sevilla. Foto: Antonio Acedo.

‘MASTER CLASS’ DE BAILE EN LA CLAUSURA DE LA BIENAL

La Bienal de Flamenco de Sevilla llegó a su fin en la noche del domingo con una gala histórica que consiguió reunir en el escenario a Matilde Coral, Cristina Hoyos, Javier Barón, José Galván, Manolo Marín, Pepa Coral, Manuela Carrasco, Isabel Bayón, Merche Esmeralda… en una fotografía que representa lo que es, lo que puede y lo que debe ser el flamenco.

Se puede decir, por tanto, que Rafaela Carrasco ha quitado a las clausuras el estigma de eventos inconexos y sin sentido para ofrecer una lección magistral de cómo se baila en Sevilla. O, mejor dicho, de lo bien que se baila.

Con un profundo respeto y cariño hacia los maestros y con un montaje más que digno, Carrasco explicó en poco más de dos horas y media lo que se ha visto en un mes de Bienal en cuanto a danza. Es decir, supo, con todas las ausencias que se quieran, mostrar quiénes han marcado los primeros pasos del baile sevillano y quiénes son los dignos merecedores de ir tras ellos. Las escuelas, las estirpes, las casas. Fue largo y un poco tedioso el final –dedicado a Sevilla-. E incluso el principio, a excepción de la magistral intervención de Belén Maya. Pero, ¡ay de lo que hubo en el medio!

Quedará para el recuerdo la soleá por bulerías de José Galván con su hija Pastora. El diálogo entre el maestro que desde su estudio ha enseñado a bailar sevillanas, tangos y alegrías a media Sevilla y la niña que mejor ha entendido a las viejas. Ambos expansivos, generosos, naturales. Embajadores de un legado familiar que resume la forma de ser de una ciudad.

De especial belleza fueron también los tangos de un Rafael Campallo que no pudo hacer un mejor homenaje a Manolo Marín. El bailaor parecía que se hubiera tragado todos los puestecitos de buñuelos del Altozano en fiestas. Jugó, se divirtió, coqueteó y demostró que la gracia en el baile es una actitud.

Matilde Coral, entre tanto, no podía mantenerse en silencio. Y mucho menos cuando apareció la que la homenajeaba. Las cantiñas de Rafaela Carrasco, enfundada en enorme bata de cola roja, fueron exquisitas. En un video previo la propia Matilde le explicaba, sin ni siquiera moverse del asiento, que esconderse en este baile es “pecado mortal”, que las cantiñas son “luz”. Y en todo un alarde de sabiduría, le aconsejaba sacar “el cuádriceps retador. Para que el libre pensador diga: ¡Qué maravilla!”. Visto lo visto, parece que la alumna lo entendió.

Emborrachados, como gritó desde el patio de butacas una extasiada Manuela Carrasco -que anoche sí que parecía una diosa Griega-, dejó Farruquito al público acordándose de su abuelo. El primero, al que no enseñó nadie. Su baile fue salvaje, animal, majestuoso. Por eso, Carrasco entendió que ya se podía ir.

Pero quedaba aún el garrotín que Merche Esmeralda bailó –y cantó- para recordar a  Adelita Domínguez, la que “como un orfebre supo pulir a toda una generación de artistas”, y que fue de lo más tierno  y sensible que se ha visto en el Maestranza.
Lo que sucedió después de los primeros aplausos, cuando entre el público iban a apareciendo algunos de los homenajeados y otros descendentes, queda para los que estuvieron presentes. Son esos momentos por los que merece la pena que la Bienal continúe.

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