Pónganle una vela a Farruquito

El que mejor baila del mundo por Farruquito es Farruquito. Por eso, cada uno de sus espectáculos es un autohomenaje. Anoche Sevilla llenó el Maestranza a rebosar, deseando emborracharse con su bailaor después de cuatro años de abstinencia en la Bienal. Y la verdad es que Farruquito no defraudó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No defraudó a los que lo consideran el mejor sin matices, sin condiciones, sin referentes. Y él lo sabe, por eso ceba a sus seguidores con esos desplantes de cara al público, con esa melena ornamental, con esas piruetas imposibles. El equilibrismo se ha convertido en lo más aplaudido de este bailaor, y eso a algunos nos entristece.

 

No entendemos que Farruquito, quien se sabe el mejor, no se exija serlo más allá de un nivel aparente. No le negamos la entrega, ni el virtuosismo, ni la capacidad de emoción. Le rogamos, a él que puede dárnoslo, un baile más terrenal, más lúcido, menos físico. Pedirle contención al nieto del Gran Farruco es una pedantería, pero es que a este santo del baile le hemos visto el milagro, porque cuando se para y baila en una losa (como ayer en las bulerías de Jerez) deja de complacernos para llenarnos de verdad.

Cuando Farruquito se baja de las andas de patrón del pueblo calé, es cuando baila gitano de veras. Por eso le ponemos la misma vela que él encendió al principio del espectáculo, para que se aparezca el Juan desnudo, ese que a una técnica omnipotente suma afición y un carisma irresistible. Ese que es capaz de pasear livianamente todo el peso del gran baile.

Farruquito en el Teatro Maestranza de Sevilla. Foto: Adam Newby.

Ayer perdió una gran oportunidad. Pinacendá (Andalucía en caló) es un espectáculo muy Bienal, de esos estrenos absolutos que de nuevo tienen bien poco. Uno de esos montajes que impostan un argumento cuando ayer no había más motivo que el baile de un genio. Con la salvedad de Parrilla a la flauta y Piraña a la percusión, el cuadro está muy por debajo de la categoría del bailaor; más aún en un Maestranza. Supongo que los mejores profesionales del atrás se darán tortas por cantarle a Farruquito, así que él tiene la obligación de llevarse a lo mejor de lo mejor. No entendimos casi ninguna letra, que aludían a las distintas provincias andaluzas en un recorrido por el repertorio flamenco. En la soleá inicial no notamos el peso de penitente que soporta el mejor Juan. Por los fandangos onubenses lo vimos pasar de puntillas, sin meterse de verdad en un cante que pareció desagradarle.

El espectáculo gana fuerza en los tangos de Granada, donde apareció su tía Pilar la Faraona. La estética canastera cobra aquí un sentido pleno, y el cuadro supo saciar las ganas de fiesta del respetable. En las alegrías Juan empezó a brillar ya sin remedio, hasta el romance final dedicado a Sevilla, donde además del censurable exhibicionismo del que hablábamos antes, dejó cuatro o cinco momentos de los que valen una Bienal.

Final apoteósico con todo el público en pie, gritos de éxtasis entre los extranjeros, mucho móvil fetichista… y sólo unas cuantas velas encendidas.


‘Pinacendá’. Teatro Maestranza. BAILE: Juan Manuel Fernández Montoya, “Farruquito”. CANTE: El Zambullo, Fabiola Pérez, Mari Vizárraga, David de Jacoba. GUITARRAS: Román Vicenti, Carlos de Jacoba. PERCUSIÓN: Israel Suárez “El Piraña”. FLAUTA: Juan Parrilla. VIOLÍN: Thomas Potiron.

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