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Mientras Chicuelo es el guitarrista y productor de Poveda, Duquende y Montse Cortés están ligados a los últimos años de Paco de Lucía, cuando el algecireño se rodeó de metales gitanos de una determinada línea. Así que el planteamiento inicial era atractivo: tres artistas catalanes que, después de girar por todo el mundo con grandes figuras, gozan de una carrera consagrada en solitario.
Pero por motivos de salud Duquende se cayó del cartel hace unos días y empezó el baile de nombres. El corpus inicial del espectáculo se desmoronó y se rehízo con un esquema desigual, en el que Remedios Amaya y Manuel Molina actúan de anfitriones de los catalanes, que de protagonistas pasaron a invitados. Ni Chicuelo ni Montse Cortés tienen el tirón de Duquende, y se vieron arrinconados ante un público que acudió con otros intereses. Tal era la confusión que en algunas entradas aparecía anunciado El Torombo.
Abrió plaza Chicuelo con una taranta en solitario, para dejar luego una rígida composición por alegrías en las que detalló los valores de su toque (técnica pulcra y sencillez compositiva) para rematar por bulerías. Las palmas de Carlos Grilo y El Londro, que siendo un excelente cantaor quedó relegado al compás. Al cajón Isaac Vigueras. Poco feeling en el grupo y menos con el público.
Montse Cortés venía con un nuevo disco bajo el brazo (Flamencas en la sombra) del que escogió un repertorio absolutamente disparatado. Vidalita, seguiriyas, tangos rumbas de Las Grecas y soleá por bulerías que bailó Pepe Torres. Tuvo que ser el moronense quien levantase al respetable, acongojado con las dificultades excesivas de Montse Cortés en la seguiriya, mal asistida por Paco Heredia.
Dificultades constantes para cuadrar el cante y afinarlo. Apurada, la barcelonesa se medio disculpó antes de la aparición de Pepe Torres, que bailó sensacional (uno de los artistas que más favorecidos está resultando en esta Bienal), pero cuya estética no casa con la de Cortés. Al cajón estuvo Paco Vega, pues Montse prescindió inexplicablemente de las palmas.
Manuel Molina jugaba en casa y se dio un baño de multitudes con sus personalísimas bulerías. Infinita parsimonia en el compás, letras de espíritu costumbrista que rozan el chovinismo y una estampa bohemia que es lo más magnético de su arte. Éxito asegurado.
Finalmente, la esperadísima Remedios Amaya, a la que vemos cada vez menos en festivales y teatros. Inició su actuación con una nana que acompañó Gualberto con su sitar. Continuó por tarantos y cartagenera, en los que se escabulló constantemente, pero da igual, porque es otra cosa lo que esperamos de Remedios. Toda la familia en el escenario para ofrecer una fiesta por tangos y bulerías en la que la extravagante personalidad e imponente presencia de su líder envuelven un arte visceral y enfervorecido.
Hay que decir que su condición de trianera no elimina de Remedios sus raíces extremeñas, pues esta es la escuela que predomina en su cante. Cumplió las expectativas y el público se fue tan desconcertado como llegó.
‘De la Mina a la Cava de los Gitanos’. Hotel Triana. Guitarra solista: Chicuelo, con las plamas de Carlos Grilo, El Londro y la percusión de Isaac Vigueras. Cante: Montse Cortés, con la guitarra de Paco Heredia, la percusión de Paco Vega y la colaboración al baile de Pepe Torres. Cante y toque de Manuel Molina. Cante y baile: Remedios Amaya, Joaquina Amaya, Carmen Amaya, con la guitarra de Juan Requena y el compás de Antonio y Luis Amaya. Colaboración especial de Gualberto al sitar.
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