Dudo que el elenco de artistas que se reunió en el espectáculo ‘Toda una vida’ de la Bienal haya oído hablar del ‘envejecimiento activo’ pero, desde luego, que lo que hicieron sobre el escenario resume con absoluta sencillez lo que con mucha más retórica tratan de explicar desde las políticas sociales. Lo de añadir vida a los años y no años a la vida.
Curro de Utrera, Romerito de Jerez, Rancapino, La Cañeta de Málaga, El Carrete y El Peregrino no sólo nos recordaron la capacidad que tiene el flamenco para hacernos más felices, sino que dieron una lección de honestidad, generosidad y compañerismo. Bastaba ver cómo jaleaba y sonreía el de Chiclana a la malagueña para alegrarnos la noche.
Sinceramente, envidiamos a estos ‘viejos’ por la poca vergüenza, en el mejor de los sentidos de la expresión. Es decir, anhelamos esa actitud que sólo se puede tener tras una vida entera de lucha y de tropezones, cuando lo único que quieres es pasar lo mejor que puedas lo que te quede por delante. Y codiciamos esa frescura que da la veteranía y los tiros daos para colarse en el supermercado o jugar con el público como les venga en gana. O la desinhibición y pérdida de complejos que se logra con la perspectiva de los años. Imaginamos que es más fácil cantar y bailar por y para disfrutar si ya no tienes nada que demostrar, ni rencores ni miedos.
Pero además, si hubo algo que quedó patente fue la necesidad que tiene el aficionado de la risa. Es verdad que nos encanta emocionarnos con la profundidad de este arte y dejarnos llevar por espectáculos inspiradores. Pero, desgraciadamente, se ha perdido otro flamenco provocador, divertido, histriónico y tremendamente moderno en el que entraba la parodia, el pique entre artistas y el sentido del humor. Y esto es lo que hizo que la Cañeta de Málaga y El Carrete fueran los triunfadores. Porque en un mundo donde todo se toma tan en serio hacía falta un baño de frescura, de espontaneidad y de descaro.
En cualquier caso, sería injusto quedarnos en lo simpático de la propuesta porque en el Lope de Vega hubo arte en mayúsculas, al margen de las canas. Por eso hay también que hablar de la voz transparente de Romerito y sus soleares pausadas o sus fandangos a capela. De cómo se aflojó la corbata Rancapino para afrontar unas malagueñas y unas seguiriyas cantadas desde el dolor de una voz herida. De la contundencia, la sabiduría y la increíble perfección con la que Curro de Utrera cantó la caña, por soleá y rondeña. De la gracia con la que la Cañeta canta los tangos de su madre La Pirula o las bulerías, parando el compás con envidiable soltura. De la virilidad y exactitud con la que marca el zapateado El Peregrino por jaleos extremeños. O del virtuosismo y la originalidad de El Carrete bailando por alegrías.
Puede que sea necesario toda una vida para que uno se acepte como es. A partir de ahí es cuando se alcanza la gloria. Ya no importa reírse de uno mismo y del de al lao. ¡Ole las residencias con arte!, gritó la Cañeta.
‘Toda una vida’. Teatro Lope de Vega. Cantaores: Curro de Utrera, Romerito de Jerez, La Cañeta de Málaga, Rancapino. Bailaores: Carrete de Málaga, El Peregrino. Guitarras: Miguel Salado, Calderito, Antonio Soto, Juan Manuel Moreno, Perico de la Paula. Cantaor al baile: Paulo Molina. Cantaor al baile y festero: Manuel de la Curra. Jaleo y palmas: Quico de Málaga, Yaya de Málaga, Rocío de Málaga, Loli de Cañeta. Dirección: Alfonso Queipo de Llano.