Puente Genil es uno de esos lugares donde el flamenco se engrandece cada año. No solo por el mérito que tiene repetir una nueva edición de su festival en los tiempos que corren, cuando muchos de estos encuentros están desapareciendo por falta de apoyo económico e institucional, sino también por la entrega de una afición respetuosa donde las haya, que siente como suyo uno de los festivales más importantes de Andalucía y que lleva por bandera ser la cuna del maestro ‘Fosforito’.
La noche del pasado martes fue buena muestra de ello. El cartel, discutido por algunos en un principio y con el eje central del homenaje a la figura del sevillano José Menese, aunaba juventud y experiencia en el cante, un contrapunto que estuvo sostenido en todo momento por la línea convergente de jondura y buen hacer que demostró todo el elenco de artistas invitados a la cita.
Tras el debido reconocimiento institucional y del público asistente a José Menese, inauguró la noche precisamente el de la Puebla de Cazalla junto a la guitarra de Antonio Carrión. Los ecos añejos del cante por derecho del sevillano retumbaron en una serie de tarantos, cantiñas, tientos, soleares y cabales, todo un alarde de maestría y flamencura a sus setenta años con el que cautivó a un público que abarrotaba la caseta municipal.
Tomó el relevo sobre el escenario Julián Estrada -una de las dos voces junto a David Pino de la localidad pontanesa- cantando por soleares, malagueñas con remate por abandolaos, alegrías, la copla de Lola Montes y dejando para el final la habitual serie de fandangos. Estrada, acompañado por el siempre genial Manuel Silveria y su sobrino Jesús Zarrías al toque, volvió a demostrar por qué es uno de los cantaores más solventes del momento.
Su actuación dio paso a una de las artistas más esperadas de la noche, la gaditana Manuela Cordero, en la que confluyen la frescura de un espíritu joven y la jondura de unos ecos cargados de reminiscencias. Cante por soleares, alegrías, siguiriyas y alegrías fue el repertorio elegido por la cantaora, que contó con el acertado toque de la sonanta de Carrión.
El ecuador del festival fue el momento del joven bailaor cordobés Hugo López, una de las figuras emergentes de esta disciplina, que junto a su cuadro inició su actuación bailando por farrucas dejando para el final un espectacular baile por siguiriyas que hizo las delicias de los aficionados.
David Pino y su inseparable Gabriel Expósito a la guitarra continuaron ya entrada la madrugada el devenir del festival. El pontanés, que tiene como premisa no repetir ningún cante cada vez que actúa en su localidad natal, inició su intervención con unas granaínas con letra de ‘Fosforito’ -presente durante toda la noche en la zona de autoridades-, y continuó por tangos y seguiriyas para cerrar con una tanda de fandangos. Originalidad, espíritu de superación y compromiso fueron las señas de identidad de esta pareja artística sobre el escenario.
Y mientras la noche anunciaba la cercanía del alba llegaba el turno de Aurora Vargas, otra vieja conocida de la afición pontanesa, que inundó las tablas de su anarquismo artístico en una actuación que contó con el acompañamiento a la guitarra de Diego Amaya y en la que ejecutó un repertorio compuesto por alegrías, soleares, tangos y bulerías.
Y como colofón a una noche rebosante de jondura la actuación de otro gaditano, Antonio Reyes, premiado en el Concurso de Arte Flamenco de Córdoba y muy apreciado por la afición cordobesa, que llegaba junto a Antonio Higuero, una de las guitarras más reputadas en el acompañamiento al cante. Buen estreno del joven cantaor gitano en Puente Genil, que inició su actuación con unas alegrías y soleares para cerrar una excepcional noche de cante con unos fandangos caracoleros, con los que logró ganarse el favor de un público que asistió a siete horas ininterrumpidas de arte.