'A mi tiempo', espectáculo de la cantaora Marina Heredia en la Bienal de Flamenco de Sevilla 2012. Foto: Antonio Acedo.

Marina Heredia pone en pie al público del Maestranza


Apenas medio aforo del Teatro Maestranza recibió ayer el estreno de ‘A mi tempo’, la propuesta con la que este año se ha presentado Marina Heredia en la Bienal de Sevilla.

La multitud de caras conocidas entre los espectadores y el ambiente que se respiraba vaticinaban un concierto distinto al de otros días. Así, ya sea por el tirón comercial de la cantaora o por la comentadísima aparición en escena de su amiga Mónica Naranjo, lo cierto es que Heredia se enfrentó ante un público que buscaba el espectáculo y que se dejaba llevar más por la parafernalia del evento -que hubo y mucha- que por la maestría flamenca de la granadina. De ahí que se oyeran comentarios como “¿a que te va gustando más? Es que ahora viene lo más alegre”, que le decía alguien a su compañero de butaca para explicarle que tras una primera parte de más jondura venía la Marina que muchos iban a escuchar.

En cualquier caso, a Marina Heredia le dio tiempo de todo. Fue vitalista, enérgica, divertida, picarona, expresiva y emotiva. Hizo alarde de voz y cantó por milongas, alegrías, seguiriyas, tangos y bulerías, acordándose de Chocolate, Chano Lobato, Terremoto, Morente, Camarón, Adela la Chaqueta… todos los artistas que, según ella misma declaró en rueda de prensa, le han marcado y le han hecho “ser como soy”.

Especialmente emotivas fueron las bulerías por soleá que hizo con dos de los tres guitarristas de lujo que le acompañaron en la noche: José Quevedo ‘El Bola’ y Diego El Morao que, junto a Miguel Ángel Cortés, estuvieron simplemente brillantes.

Igualmente destacables fueron los cuplés por bulerías de Adela la Chaqueta, donde estuvo pasional, dulce y armoniosa. O el homenaje a Enrique Morente, al que tuvo presente en cada momento en las letras escogidas, en su voz y en su alma, hasta el punto de no poder contener la emoción en la ejecución de los tangos del maestro.

Claro que si de algo pecó la propuesta fue de excesos. Para empezar el de reverb, que hacía que la voz perdiera la naturalidad que se requería en algunos palos, como en los fandangos. También lo hubo de efectismo. Sobre todo, cuando en su intento de comparar los tanguillos de Cádiz con los de Granada, se rodeó del coro de Julio Rivero en lo que terminó siendo más un sainete de los Álvarez Quintero que otra cosa. Muy aplaudido, eso sí.

Lo mismo sucedió con el esperado dueto con Mónica Naranjo, “la única y gran diva que queda”, tal y como la presentó la granadina. Ambas cantaron ‘Mi amigo’ y ‘Voy’, dos de las rumbas que popularizara el genial Bambino y en las que consiguieron poner al público en pie.

En ocasiones, incluso se intuía cierta impostura. Marina se quitó los zapatos en escena, bebió manzanilla, se paseó por el patio de butacas y se marcó unos pasos de baile que hacía imposible no compararla con su compañera Estrella Morente. Recursos, en fin, más de cantante que de cantaora.

Y aunque esto no reste valor al conocimiento que tiene Marina del flamenco, sí que impedía el recogimiento propio de un verdadero “recital de cante”, “sin aspavientos”, tal y como ella presentaba ‘A mi tempo’. Algo que, sin embargo, no pareció contrariar a sus seguidores que valoraron cada intervención de la artista con aplausos y ovaciones.

En definitiva, Marina Heredia volvió a demostrar su valía en la Bienal, aunque aún le falte darse cuenta de todo lo que cree que necesita, le sobra.

 

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