El viernes por la noche fue el turno de Málaga en el Hotel Triana. Un cartel compuesto por Cancanilla de Marbella, Chato Vélez, La Lupi y La Cañeta que apenas logró vender la mitad de las localidades y que, sin duda, se adquirieron para ver al que no he mencionado: Carrete.
El público estaba el viernes más concentrado en la barra del bar que en lo que había en el escenario. Quizás cansado ya de tantas noches de más de lo mismo. Pero salió él, con su sombrero, su pañuelo y su bastón. Como lo que es, el patriarca del baile. Y entonces, se dejaron de lado los refrigerios y todo el mundo se agolpó para ver al genio, para jalearlo, para aplaudirlo, para disfrutarlo.
Carrete, con sus más de setenta años, sigue poniendo tanta pasión a lo que hace que evidentemente se mete al público en el bolsillo. Y quienes no lo pudieron ver en el montaje de José Luis Ortiz Nuevo, “Yo no sé la edad que tengo”, pudieron comprobar que da igual. Queda Carrete para rato.
De él cuenta la leyenda que tiene espigas clavadas en los pies de bailar de chiquillo descalzo en las eras. Su baile completamente original y libre lo convierten en único. Es una especie de Charlot del flamenco. Del Fred Astaire a quien admiraba desde pequeño. Baila cuando anda. Y no se puede ser más auténtico.
De ahí los ‘oles maestro’, los ‘viva tú’ –y ‘otra vez tú’ que le decía también Pastora Pavón a su hermano-. De ahí hasta las comparativas: ‘vamos allá, y sin gallina ni ná’, que gritaba un aficionado en clara alusión a las aves de Andrés Marín.
Claro que a Carrete no le hace falta buscar el tuétano. Ni realizar ningún recorrido desde los orígenes del flamenco a la actualidad, como cuentan ahora todas las propuestas de los flamencos. Ni bailarle al silencio. Él está sobrao de jondura y vanguardia, sin saber lo que implica cada una de ambas cosas ni importarle.
Encima sabe manejar el humor, divierte, juega y encuentra el mejor de los recursos escénicos: él mismo. Por eso, usó el pañuelo del cuello para hacerse la vieja poniéndoselo en la cabeza, recitó y hasta bailó de cuclillas. “Está sembrao”, se oía. En fin, Carrete solo hay uno.