Sevilla baila en los pies de José Galván

A estas alturas de la I Muestra de Flamenco de Sevilla y, sobre todo, de la trayectoria de José Galván, un maestro indiscutible de los maestros actuales del baile, cuesta asumir que el Teatro Central acabe convertido en un escenario donde celebrar una gala de fin de curso de academia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con todos los respetos a estos alumnos -seguramente aventajados- que, sin duda, vienen a demostrar el esfuerzo y el trabajo que lleva tras de sí Galván desde hace décadas, en un cartel de este calibre se debería exigir cuanto menos un nivel de profesional. Aunque la labor de estas escuelas y de estos docentes, que difunden una pasión infinita por este arte entre locales y extranjeros, mereciera por sí misma una muestra propia. Pero eso es otro cantar.

José Galván recurrió anoche a lo fácil. A sacar a sus chicos y dejarlos mostrar lo que saben con mejor o peor acierto. Lo mismo con los guitarristas y cantaores, a excepción de un Miguel Ortega más experimentado. Se intuía que faltaba ensayo en algunas de las composiciones y que, incluso, el orden de los palos olía más a cambios de última hora que a una verdadera intención de darle sentido a la propuesta. Una guajira detrás de seguiriya, por poner un ejemplo.

Claro que el maestro sabe que esto no importa tanto en el patio de butacas –repleto por cierto de familiares y amigos- si sale él a callar bocas con solo aparecer sentado en silla de enea. O si como artista invitada está su hija Pastora, una de las mejores bailaoras de este tiempo. Así, desde luego, se perdona todo.

José Galván demostró por alegrías que su forma de bailar clásica, sencilla y masculina no va a pasar de moda en la vida. Está claro que a perro viejo no le pican las pulgas. Su baile lento, acompasado y torero es capaz de hacer disfrutar a cualquiera. En sus pies baila Sevilla, él es Sevilla bailando. Representa como pocas esa escuela que entiende el baile como fiesta, como diversión, como felicidad. Por soleá, además, da lecciones de cómo pararse, cómo encontrar el eje. Controla los tiempos y nunca recurre al falso aspaviento. Mueve las muñecas y los brazos con una seguridad pasmosa y mastica cada paso, cada zapateado. Transmite con los pies la sensibilidad, sin correr, disfrutando del paseo, como hizo por guajiras.

Foto: Adam Newby.Por su parte, Pastora estuvo sublime. Esta bailaora ha sabido heredar lo mejor de su padre y lo mejor de su hermano, Israel Galván. Lo que baila es tan viejo que resulta hasta vanguardista. En las marianas y tangos puso de nuevo de manifiesto su personalidad arrolladora. Su manera de jalearse y jalear como lo hacen las bailaoras que sienten el baile desde la barriga. Pastora mueve las caderas o se agarra las enaguas  y  huele a moña de jazmines y sabe a garrapiñada y piñonate. Parece que pregona avellanas verdes en un puesto de la velá con sus ademanes. En las alegrías con mantón y bata de cola estuvo igualmente espléndida. Dibujando en cada pose, en cada postura, en cada parada el retrato de todas las bailaoras de todas las épocas.

Faltó que padre e hija regalaran un número a dúo como con el que deslumbraron al público en la clausura de la pasada Bienal. Únicamente se fundieron en el fin de fiesta por bulerías. Y, desde luego, más de uno y más de dos nos hubiéramos ido tras ellos entre bambalinas. Por si se nos pegara algo.

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