El espectáculo vivido la noche del viernes en la Fundación Casa Patas y protagonizado por Tía Juana la del Pipa es de los que hacen creer en la pureza del flamenco. En la autenticidad de un cante que sale del alma y de lo vivido, en una manera de cantar sin imposturas ni caretas, en la profunda queja que sale de las entrañas de la jerezana porque es lo que mejor sabe hacer.
Ella es cantaora, pero no sabe por qué. un día se encontraba cantando por soleá con 10 añitos sin saber lo que cantaba ni por qué cantaba. Simplemente lo hacía. Lo llevaba dentro. Una vez más la Sala García Lorca acogía un recital de mucho peso y enjundia, que se tradujo en una exaltación de jerezananía. Y es que los dos barrios emblemáticos de la ciudad estuvieron presentes en el escenario, tanto San Miguel (La Plazuela) con José del Mijita, como Santiago con Tía Juana la del Pipa, ambos acompañados por el también jerezano Antonio Higuero, una garantía de flamencura y conocimiento para todo cantaor que se precie.
Abría la noche el joven plazuelero José Mijita, heredero de los sones familiares y de su barrio. Deleitó a los aficionaos que colmataban la sala con un cante visceral fruto de lo vivido. Con la precisión cirujana de Higuero, comenzó por soleá, dejando matices y alentando al público. En la seguiriya se mostró desgarrador e hiriente, alcanzando instantes de súbita inspiración en los estilos cortos de Jerez. Por fandangos recreó formas pseudoextintas de su abuelo Berenjeno y de la saga Agujetas. El cierre no podía ser de otra manera, por bulerías. José reunió compás y gitanería para cantar como pocos pueden hacer hoy día los cantes personales de su pariente Tío Chalao. Terminó dando unas pataítas y se despidió entre el cálido aplauso del respetable.
Momento esperado de la noche. Hacía acto de presencia en las tablas Tía Juana la del Pipa. Segura y con ganas de gustar. Su voz es áspera y tiznada, su eco está roto de tanto quejarse y su cante en un vector de dolor y placer, un vehículo de negras ducas que reconfortan el alma pasional. Podría definirse la queja de Tía Juana como «la entelequia del flamenco».
Al son de bulerías por soleá comenzó la cantaora santiaguera, recordando a su paisano Tío Borrico. Gusto, compás y duende llevados magníficamente por la bajañí de Antonio. Oscuros fandangos con aires Caracoleros dieron paso a su lóbrega seguiriya con denominación de origen jerezana, que alcanzó cotas artísticas insuperables en la voz de Juana. Una obra de arte digna de admirar en cualquier museo la que se esconde tras la voz de esta cantaora.
Para terminar de poner al público de acuerdo, la jerezana puso su rajo al servicio de la bulería, donde es sabida maestra. Además aderezó su cante con baile, un baile imperial de una hechura que quita el sentío y hace saltar los botones de las camisas. Todo en ella es innato: el compás, el talento, el duende y su oscura y aterciopelada voz. Su cante dejó al público extasiado y pidiendo más como si no existiera un mañana.
La traca final fue insuperable y quedará imborrable en el recuerdo de los aficionaos que tuvieron la dicha de presenciarla. Al festín buleaero see sumaron Jesús Méndez, La Macanita, Manuel Valencia, Diego Montoya y Manuel Salado, que pasaban por Madrid para continuar con su gira del norte.. El resto pueden imaginárselo, un auténtico enardecimiento de la bulería y del compás.