Penúltimo concierto del Dormitorio Alto de Santa Clara para la guitarra solista de Alfredo Lagos. Y no podía la Bienal haber elegido intérprete más idóneo para la recta final de las actuaciones programadas en este espacio íntimo. Durante una hora nos sentamos en ese cuartito con Alfredo Lagos, que es un tocaor franco, tranquilo, cercano y clarividente.
Un jerezano de incógnito que no está obsesionado por el “soniquete” pero que pone latido en todas sus piezas. Unas piezas servidas como delicias, por su brevedad, por su capacidad de despertar los recuerdos y descubrir nuevos matices.
En un recital sobrio, casi casual, el mayor de los hermanos Lagos (ojo a David que la puede formar el sábado) fue enlazando toques que andan un camino seguro desde los rigores del acompañamiento al cante hacia la libertad solista, con una técnica servicial, que no atosiga ni distrae.
Lo más importante es su música, que tiene que ver sólo con los sonidos naturales del flamenco, en donde él descubre nichos para su expresión, que suele ser dulce y bien humorada. La rondeña inicial fue buena prueba de ello. En seguiriya y soleá huyó de la falsa solemnidad, para desinhibirse después en los tanguillos y los fandangos, asistido ya por la percusión de Agustín Diassera. La taranta fue una declaración de amor a la guitarra, con ese trémolo hipnotizador.
Un concierto de guitarra de los que crean afición y descubren al aficionado las posibilidades de los intérpretes cotidianos del flamenco, su maravillosa capacidad de emocionar.
Alfredo Lagos. Espacio Santa Clara. Guitarra: Alfredo Lagos. Percusión: Agustín Diassera.