La Fundación Casa Patas ha vuelto a la carga con una de las mejores programaciones flamencas de Madrid, la de ‘Sagas Cantaoras’. Un ciclo que acogerá a algunos de los más grandes artistas del panorama junto al legado de su estirpe. El sábado pasado era el día en que arrancaba esta propuesta y el resultado no pudo ser mejor en todos los aspectos. Lleno absoluto y sublime embriaguez artística. Y es que con la saga Rancapino de por medio no cabía esperar otra cosa.
Decir Rancapino es decir flamenco. Alonso es una leyenda viva de este arte. La eterna sonrisa del cante jondo, esa misma que ha heredado su hijo. Llegó y ni siquiera probó el sonido de la Sala García Lorca, «¿pa qué?».
Hay algo entrañable en su mirada, irradia un halo de bondad y nobleza. Había ganas de escucharlo, pero antes, había que disfrutar de su hijo, que a pasos agigantados se está convirtiendo en una de las grandes promesas del cante. Ambos estuvieron acompañados por la sonanta jerezana de Miguel Salado, que puso sabor, flamencura y supo dar el sitio preciso al cante.
Alonsito está que se sale, y ayer volvió a certificar la calidad de su arte. Tiene un caramelo en la voz con mimbres aterciopelados que unidireccionalmente recuerdan que la rama nace del tronco. Y es que, a pesar de no tener la voz rota como su padre, su eco tiene denominación de origen «Rancapino». Salió a lo grande, por tonás y seguiriyas (Manuel Torre, Viejo de la Isla, Tío José de Paula y cabal del Fillo) para seguir con el cante bandera de la saga, la malagueña del Mellizo. Ligada y bregando valientemente. Entre la chica y la grande intercaló un estilo de Chacón. ¡Y como cantó por alegrías!
Gusto y verdad en sus formas, recordando la raíz que sustenta el cante de los Rancapino, recordando a Aurelio. Cerró por todo lo alto con lo que más le gusta y donde encuentra mayor expresividad, los fandangos. Caracol y Calzá en el «sentío» y la sala García Lorca «patas» arriba.
Un descanso para retomar fuerzas y prepararnos para la traca final, padre e hijo parecían estrellas de rock extrapolados a nuestro arte, claro. La gente no paraba de hacerse fotos con ellos y de felicitar a Alonsito por su estupenda actuación. Alonso rezumaba tranquilidad y seguridad. Sabía que la iba a formar y la formó.
Me partió el alma en dos por malagueñas, del Mellizo obviamente. Rancapino es la pelea insaciable para sacar el cante adelante, se faja con la música para adueñarse del son. Cantó por soleá con la profundidad de una fosa abisal, allí donde la luz no llega, donde el sonido se oscurece para arañar la piel.
Revivió a Juan Talega y arrancó los «oles» unánimes del respetable. Siguió caminando por terrenos inhospitos en su cante por seguiriyas. No podía faltar el fin de fiesta junto a su hijo. Bulerías, chuflas, el móvil de Ranca sonando, Ranca tirando el movil al suelo, fandangos naturales, fandangos de Huelva y generosidad a raudales, así terminó una noche de ensueño en la fundación Casa Patas.