Ayer, el barrio del Perchel se engalanaba para ofrecer uno de los espectáculos más representativos de la Málaga cantaora. Aprovechando la IX Semana de los Corralones, la Bienal de Málaga ofrecía el recital Flamencos del Perchel y La Trinidad en un marco idílico, el Corralón de Santa Sofía.
Pero más que un recital, lo que en la noche del sábado se promovió allí, fue una fiesta flamenca, una fiesta en la que todo el barrio participó, en la que se homenajeaba a un gran artista y vecino, Gabriel Campos Torres “El Tiriri”. Pero no sólo a este artista en concreto, sino a toda la pléyade de artistas que ha dado este barrio: Cojo de málaga, El Piyayo, La Piruja, La Cañeta, La Tembleca, La Quica, El Carrete, La Repompa, La Pollita y muchos más.
Anoche se reunieron en el escenario además de algunos percheleros y trinitarios, otros de la Cruz Verde, barrio céntrico con una más reciente tradición flamenca. El plantel de artistas lo componían: Luisa Muñoz, Rocío Santiago y José Soleá al cante; El Remache y Pepito Vargas al baile y al cante; Juani Santiago, Fran Vinuesa y Andrés El Bombero al toque; Luisa Chicano al baile; y Kilo al compás. Algunos de estos artistas son de los que sólo necesitan un tercio o un desplante para salvar la noche, para dejar al aficionado saciado y con un sentimiento de satisfacción.

Sin duda, los mejores momentos de la noche, los brindaron los buques insignias del barrio, los viejos, los patriarcas de los cantes y bailes del Perchel y La Trinidad. Pepito Vargas, un artista de los pies a la cabeza, bailó y cantó, y aunque falto ya de facultades, hizo vibrar y emocionarse a los vecinos, amigos y aficionaos que acudieron al corralón. Con el Remache llegó la revolución, volvió locos a todos. En sus movimientos y desplantes está encriptado todo el misterio del flamenco. La complejidad de lo simple elevada al más alto grado, así se podría calificar su arte sin adornos.
Entre el público, y situada en las primeras filas, había una vecina del barrio que se hacía notar más que ningún otro asistente. Animaba el cotarro, era la primera en aplaudir a los artistas y decir los “ole” a tiempo. Tanto fue así, que dicha vecina se vino arriba, sí, pero del escenario. Una vez arriba y ante la excitación del público dijo: “¿ustedes creéis que yo me voy a ir de mi barrio sin cantar?”. Y es que La Cañeta es de esas artistas que entregan su arte cuando están a gusto, cuando están con su gente y sin esperar nada a cambio, tan sólo el cariño y admiración de propios y extraños. Fue sin duda la traca final para despedir una juerga memorable en un contexto geográfico inmejorable.
Más reseñas de flamenco en cronicasflamencas.blogspot.com.es
ARTÍCULOS RELACIONADOS: {loadposition articulos_relacionados}