Es evidente que David Peña Dorantes no es ni el primer pianista flamenco y puede –según los gustos- que tampoco el mejor. Pero lo que no se puede discutir es que en estos momentos representa a este instrumento como nadie.
El de Lebrija cerró esta temporada de los Jueves Flamencos de Cajasol en Sevilla con ‘Un flamenco al piano’, un concierto íntimo y flamenco, en el que se desnudó frente a un público entregado a las evocadoras sensaciones que transmite el músico con sus melodías.
Dorantes tiene un enorme sentido del ritmo y del compás tan heredado y natural que parece improvisado. Y, desde luego, tiene una sensibilidad artística que imprime en cada una de sus composiciones.
En la noche del jueves, puede que porque sus padres estuvieran entre los presentes, Dorantes supo darle al piano el sabor flamenco jugando con los acentos, suspendiendo las notas, creando falsetas preciosas, dando aire y pellizco. Las alegrías que dedicó a su Padre, los tangos o su popular pieza ‘Orobroy’, fueron algunos ejemplos de por qué los conservatorios se llenan de jóvenes que quieren ser como Dorantes.
Sin embargo, él ha preferido optar siempre por la humildad como actitud artística. Por eso, solo con su piano llega hasta el corazón de quienes lo escuchan. A este Peña se le nota el inconformismo, la necesidad de búsqueda, la pasión por la música. Aunque parezca que pide perdón por estar encima del escenario, aunque toque el piano con cabeza gacha.
Probablemente esta sea su mejor forma de encontrar la libertad creativa. Ésa que le obsesiona hasta el punto de confesar en la rueda de prensa previa que suele cambiar su proceso creativo y no hacerlo siempre delante del piano “porque como me dijo una vez Manolo Sanlúcar los dedos tienen memoria y hay que evitar por todos los medios que te traicionen repitiendo una y otra vez lo mismo”. Aquí encuentra el lenguaje para derribar los muros y no discutiendo en vanos debates.
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