El flamenco es desgarro, alegría, lamento, nostalgia… vida. La vida de un pueblo, el andaluz, que siempre ha sabido sobreponerse a las dificultades y sacar una sonrisa, inventando, creando. Por eso, no había mejor manera de celebrar los 200 años de la constitución de la Diputación de Sevilla que con el ‘Festival la Raíz del Pueblo’ que, con la colaboración de la Federación de Peñas y Entidades de Peñas Flamencas, reunió el pasado viernes en Sevilla a Pedro El Granaíno, Argentina, José Valencia y Farruquito.
Toda una generación de artistas jóvenes que demostraron a un público entregado que el flamenco no necesita más asideros que lo mantengan que el eco, el quejío y la emoción de un arte profundo que resume la complejidad de la vida.
Así, Pedro el Granaíno, que cada vez canta mejor, derrochó eco y jondura por malagueñas y seguiriyas, haciendo alarde de una voz rota, que araña las entrañas y nos traslada a lo más primitivo del ser humano. Cerró su actuación con unos fandangos a capela que apelaban al cante inconsciente, al que deja al margen la reflexión y los discursos vanos y se centra en la emoción más pura. Fue tierra.
Por su parte, Argentina, que se confesó «orgullosa de compartir cartel con artistas a los que admiro», puso la luz, la claridad y la elegancia. El agua. En su repertorio de tangos, malagueñas, seguiriyas, bulerías y fandangos, esta onubense volvió a dejar patente que conoce lo que hace y sabe lo que canta y que, a pesar de eso, es capaz de aportar personalidad y matices a cada uno de los palos que interpreta.
José Valencia, sin embargo, puso la llama, la pasión del que convierte cada actuación en una lucha personal, en un combate con uno mismo. Por eso, sus seguiriyas hicieron arder los asientos y de las bulerías del fin de fiesta directamente saltaban chispas.
Y, para cerrar, llegó el aire, lo inmaterial, lo etéreo. Puede que fuera casualidad pero cuando Farruquito pisó el escenario, una bandada de pájaros sobrevoló el cielo. Como queriendo huir de este huracán. Su soleares fueron una clase magistral de sabiduría, de estilo, de hombría, de fuerza. El bailaor sabe como nadie impresionar al público porque lo hace soñar, sentir que cuando hay magia puede pasar de todo. Genera fascinación como pocos consiguen en el flamenco y, en eso, se recrea. Lo demás ya pueden imaginarlo… Las aves hicieron bien en irse porque hubiera sido imposible competir con esta águila imperial.
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