Que Triana sea cuna del flamenco le garantiza para siempre un futuro en el mapa mundial de la cultura. Lo que no está tan claro es la fórmula para brillar en un presente incierto. Ya se sabe que de leyenda no se vive. Por eso, la recuperación del Festival ‘Pasando el Puente’, que celebró el viernes pasado la V edición tras más de tres décadas en el olvido, adquiere doble trascendencia: la del plantel de artistas que pisaron las tablas y la de evento revitalizador y catalizador para la idiosincrasia del barrio.
En el mágico escenario del patio del Hotel Triana se dieron cita no solo algunos de los cantaores leyendas vivas de este arte, sino también vecinos y aficionados que llevaban tiempo echando de menos estos encuentros. Poco importaban los problemas de organización y la improvisación (quizás achacable a la falta de costumbre) si se trataba de escuchar flamenco como se hacía antaño y, sobre todo, de homenajear a su más representativo trovador, Manuel Molina, cuyas letras deberían venderse escritas en el azulejo trianero.
Este gitano bohemio llenó el ambiente de melancolía, meciendo el cante con voz rota y susurrada y fabricando poesía en cada verso. Mira si soy trianero, que estando en la calle Sierpes, me considero extranjero. No se puede decir más con menos. “Oh, más lento, más difícil”, que comentó asombrado el bailaor de claqué americano que acompañó a Juan de Juan en la Bienal de Sevilla cuando Manué se arrancó en la post fiesta.
Así, artistas como Romerito Hijo, Nano de Jerez, Paco Taranto, Alicia Gil, Juan Montero, El Chozas, Fernando de la Morena, Guillermo Manzano, Antonio Carrión, Lito Espinosa, Niño Jero, Carmen Ledesma… fueron ofreciendo un recital en el que el peso recayó en palos como las soleás, las bulerías y los fandangos.
Sin duda, algunos de los momentos más mágicos fueron la actuación de Paquiro, a quien le bastó entonar su mítica ‘Carmen’ para recibir el cariño del público, las seguiriyas de José de la Tomasa –una escuela de clasicismo- y, por supuesto, las solemnes soleares de Juanito Villar, que además animó la noche con un fin de fiesta por bulerías en el que sacó a bailar y a cantar a toda su troupe. También fue muy aplaudida la breve intervención de Chiquetete, encargado de impulsar el acto y reunir al elenco.
Por lo demás, el frescor de una apacible noche de verano y el buen ambiente reinante hicieron recordar que Triana no es cualquier cosa. Y que, aunque falten esfuerzos que la sitúen al nivel de sus vecinas Lebrija, Utrera o Jerez, daba gusto escuchar cómo se seguían las palmas a compás desde las butacas. Y esto tiene qué ver.
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