Marina Heredia se queda en la Granada de postal

Ni los retoques del Photoshop ni los efectos de luces y sombras ni los enfoques imposibles con los que se dibuja la Alhambra en las postales de cualquier souvenir alcanzan nunca la experiencia de contemplarla desde el Paseo de los Tristes hasta el Mirador de San Nicolás. No ya porque no se consiga captar su belleza sino porque para disfrutar Granada se precisan todos los sentidos. Los que le faltaron a la propuesta que trajo Marina Heredia el jueves a la Bienal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Suponíamos que ‘Garnata’ -origen árabe del nombre de la ciudad- iba a traer “el cante jondo y la expresión cultural del pueblo gitano que ha tenido en la bellísima Granada a una diosa”, según prometía el programa de mano. Pero, desgraciadamente, nos tuvimos que conformar con la visita virtual que ofrece el Google Maps.

Foto: Adam Newby

Cuando Marina Heredia salió descalza al escenario, con una impresionante túnica árabe, poniendo su mano en el hombro de su padre Jaime Parrón y cantando junto a él el romance y la petenera que daban título al espectáculo creímos que se iba a respirar la historia, la leyenda y la magia de esta ciudad encantadora que nadie como ella puede evocar. Sus ecos emocionaron entonces hasta a los fantasmas de los Reales Alcázares y su voz templada continuó por Granaína narrando los testimonios de sus antepasados con todos los matices posibles.

Sin embargo, poco después nos perdimos por los tientos, las alegrías y las seguiriyas que continuaron. Igual que lo hicimos -mucho más- con el bolero y la ranchera que la cantaora quiso incluir en este programa con el mismo acierto de quien ha puesto la catedral en Cádiz en la televisiva serie de ‘Isabel’. Incluso estuvimos fuera con sus siempre geniales tangos a los que esta vez les faltó pellizco. O con la desacertada bulería, dedicada a Curro Romero, que estaba muy lejos del fin de fiesta al que nos tiene acostumbrados la granaína.

Foto: Adam Newby

Solo conseguimos saborear lo que se había anunciado cuando subimos al Albaycín con sus enérgicos fandangos o cuando Marina se acordó de su abuela en la pícara zambra de ‘La mosca’  que versionó con una dulzura infinita. Y, por supuesto, en el mano a mano por soleares, de nuevo con su padre donde sí que nos metimos de lleno en la cueva y disfrutamos del flamenco más sincero y natural.

Sobra decir que Marina es una de las cantaoras más expresivas y generosas que existen en el flamenco actual. Que su voz rozada abarca melismas de reina mora. Y que también tiene una capacidad innata para hacer el cante fácil de escuchar. Además, el jueves estuvo guiada por un José Quevedo ‘El Bolita’ sembrao que le estuvo indicando las direcciones en todo momento con una guitarra ágil e innovadora que proponía lucidos arreglos y sobre la que cayó el peso de la propuesta (¡qué inteligente es este Bola!). Pero esta vez el viaje lo hicimos en autobús turístico y no quedándonos sin aliento por las cuestas del Sacromonte. Es más cómodo, claro, pero no deja ningún recuerdo.


‘Garnata’. Real Alcázar de Sevilla. Cante: Marina Heredia, Jaime Heredia ‘El Parrón’. Guitarra: José Quevedo ‘El Bolita’, Miguel Ángel Cortés. Percusión: Paco González. Palmas y coros: Jara Heredia, Anabel Rivera. Piano: Joan Albert Amargós. Trompeta: Julián Sánchez.

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