No nos queda ninguna duda que el ‘Bosque Ardora’ que trajo el lunes Rocío Molina al Maestranza será uno de esos espectáculos cotizados en cualquier teatro de danza contemporánea europea y ganará los premios a los que opte. La propuesta de la artista explora, desde luego, todos los recursos de los que dispone el cuerpo para narrar un sueño -o mejor, una pesadilla- que es la de perderse en un paisaje salvaje, laberíntico y repleto de peligros donde Molina se ‘animaliza’ y juega a ser depredadora y presa.
En este sentido, los movimientos están finamente estudiados para lograr que donde hay un cuerpo de mujer veamos ahora el esqueleto de una bestia. Igual las piezas coreográficas que interpreta con los dos bailarines que la acompañan, Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez, y que recrean con pasmosa exactitud los comportamientos de las fieras como si de un episodio de ‘El hombre y la tierra’ se tratase.
Todo con una iluminación envolvente, una impactante y claustrofóbica escenografía de árboles invertidos y una ambientación musical con predominio de la percusión que le sirve a la bailarina para dar rienda suelta a un lenguaje agresivo, tribal, regio.
Pero, ¿qué le hago si lo que me gusta es el flamenco?, me preguntaba todo el rato. Si prefiero la belleza de unos brazos que prometan bondades que unas muñecas que encierren rencor. Si no tengo la altura estética o intelectual para entender el que para muchos es el baile flamenco del futuro.
Rocío Molina nos gustaba cuando rastreaba en el flamenco y se peleaba con él para reafirmar su propia forma de entender el baile. Entonces nos prometía universos nuevos y la sentíamos triunfadora en la lucha. Ahora, en su metamorfosis vital, ha decidido abandonarlo y renunciar al diálogo para, como hizo en esta Bienal, usarlo a su antojo como un complemento circunstancial y prescindible. Nada más. Ella decidió bailar como quiere hacerlo, abandonando al completo cualquier código que quizás ya no le interese.
Claro que en esta arriesgada expedición ha acabado siendo cazada en su propia trampa porque la propuesta de la malagueña resultó aburrida, repetitiva, lineal, fría y, en ocasiones, hasta desagradablemente fea. Y, como bien decía Benedetti, la culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo.
‘Bosque Ardora’. Teatro Maestranza. Coreografía, dirección artística y musical y baile: Rocío Molina. Dramaturgia, dirección artística y concepto de la idea del material videográfico: Mateo Feijoo. Dirección musical, composición y arreglos para cantes: Rosario ‘La Tremendita’. Composición de guitarra original y arreglos para trombones: Eduardo Trassierra. Composición original para trombones de la pieza ‘Mandato’: Dorantes. Bailarines: Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez. Músicos: Eduardo Trassiera (Guitarra), José Ángel Carmona (Cante y bajo eléctrico), José Manuel Ramos ‘Oruco’ (Palmas y compás), Pablo Martín Jones (batería y electrónica), José Vicente Ortega Sierra ‘Cuco’ (trombón) y Agustín Orozco (trombón).
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