Noche de reencuentro en las tablas del Gran Teatro con una de las grandes figuras nacionales de la danza, la cordobesa Olga Pericet, que volvía a su tierra para presentar su obra ‘La Leona’ dentro de la programación paralela del XXIII Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba.
El germen creativo de este trabajo lo encuentra Pericet en la histórica ‘Leona’, una sonanta atribuida al luthier almeriense Antonio de Torres considerada como la primera guitarra flamenca. Pero, al mismo tiempo que Pericet se apoya en este ítem histórico para encarnar el instrumento e interpretar su proceso de construcción a lo largo de la mayor parte del espectáculo, la bailaora también juega con la dualidad semántica del término a su conveniencia, transformándose en un felino salvaje que se despereza, retuerce, baila y ruge en su hábitat natural. De esta guisa arranca el espectáculo, con la artista desnuda en el suelo y la cara pintada, recreando a una fiera indómita que vive libre de ataduras y baila danzas tribales.
Y de una leona pasamos a la otra, la famosa de las seis cuerdas, situando a continuación al espectador en el taller de un guitarrero, donde se funden los sonidos de sierras, cinceles y tijeras a compás de bulerías que salen de las manos de los artesanos par dar forma a las distintas partes del instrumento. Una puesta en escena minimalista pero muy efectista, con un fondo de escenario creado a base de tiras de papel-cartón simulando láminas de madera y recurrentes e impactantes efectos sonoros.
Pantalón y chaqueta negra para el baile por farruca y castañuelas para los Panaderos fueron los elementos elegidos por Olga Pericet en las dos primeras coreografías de corte flamenco de la obra, donde quedaron de manifiesto la técnica y elegancia que le han valido ser Premio Nacional de Danza y el impresionante acompañamiento de un elenco de músicos que estuvieron inconmensurables durante toda la noche.
Y es que el sonido y la música tienen un importante peso en esta obra, ya que Pericet se rodea de cinco músicos -a los que presenta ataviados con monos de trabajo y zapatillas deportivas- que sostienen el discurso narrativo durante gran parte de la función y nos presentan una innovadora mezcolanza de composiciones musicales con trazos de flamenco, samba, jazz y armonías poco convencionales.
Una obra quizá con menos dosis de baile flamenco que en otras ocasiones -hubo tiempo también para unos abandolaos y una despedida por seguiriyas-, pero con el sello inconfundible y magistral de una artista que rompe moldes más allá de los límites de la danza y que puso nuevamente en pie a un Gran Teatro que la idolatra.