Aurora Vargas, en la Bienal de Flamenco. Foto: Antonio Acedo.

AURORA VARGAS, PURA BULERÍA

 

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Puro nervio, pura emoción, puro temperamento. Un refugio de jondura entre tanto flamenco edulcorado. La gitana brava que alegra cualquier fiesta. La mujer pasional capaz de callar a cualquier crítico. Así es Aurora Vargas. ‘Así soy yo’, fue su carta de presentación este año en la Bienal por si a alguien le quedaba algún tipo de duda. Así fue.

La cantaora sevillana pisó las tablas del Lope de Vega sin más pretensión que mostrarse tal cual. Mirando al público a los ojos con una seguridad pasmosa, pese a manifestar estar “amedrentada”. Gustándose. Sintiéndose dueña del arte que ha ido dominando aún más con los años. ‘Confieso que he vivido’ –como las memorias del poeta- podría también haberse llamado el espectáculo. Y claro, en este contexto, el duende que muchos buscan en jardines imposibles pagó entrada para no perderse la fiesta.

Entró solemne, por tonás. Y continuó por seguiriyas y malagueñas, demostrando la estirpe que tiene pegada en la garganta y una voz de metal que la empuja al pasado. Sin embargo, fue por bulerías y por tangos cuando la cantaora del barrio de la Macarena estuvo eléctrica, emotiva, imprevisible. Quizás porque Aurora es en sí misma una bulería. Es Sevilla por fiesta.

Así, enlazando letras y estilos, la Vargas se sintió como la dueña de la caseta. Ésa que siempre está pendiente de atender al que llega. De sacar la jarra de rebujito y el jamón cuando la cosa decae. De que todo el mundo esté contento. De que allí no falte de nada. Que canta, baila, palmea y hace lo que haga falta.

Daba gusto verla arrear a los coros. A las excelentes guitarras de Antonio Higuero, Diego Amaya y José Gálvez, compositor de dos temas que estrenó la artista y que podrían ser número uno en cualquier emisora de radio fórmula. “El amor se compone a base de quien te ama”, decía un estribillo.

A los palmeros (aunque diciendo que uno era Rafael El Eléctrico y otro Rafael Junquera se entienda que no hacía falta). Al pianista. Y por arrear, arreó hasta a los violines. De los que, por cierto, destacó José Gregorio Moreira, quien estuvo más que flamenco, sorprendiendo a la cantaora, queriéndosela meter en el bolsillo como el que busca que lo llamen más veces. Y que junto a Amaya interpretó una composición musical de especial belleza.

Se puede decir, por tanto, que la cantaora estuvo pletórica, feliz, cómplice. Y que al público le faltó sentarse en coro para sentirse plenamente partícipe de la escena. Puede que durante mucho tiempo se haya considerado que lo que hace Aurora peca de exceso de gitanería y hasta de ‘lolaileo’. Pero Vargas tiene lo que a muchos les falta, emoción. Así que si en alguna ocasión resulta excesiva, “mejor que sobre que no que falte”, se dice por aquí.

 

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