Más de un millar de aficionados se dieron cita en las Bodegas Navisa de Montilla para celebrar cuarenta años de Cata Flamenca. Éxito indiscutible de convocatoria en una edición con homenaje incluido a la figura del flamencólogo montillano Agustín Gómez, exdirector de la Cátedra de Flamencología de la Universidad de Córdoba y toda una eminencia en el mundo académico de lo jondo.
NO TE PIERDAS LOS VIDEOS DE LA CATA FLAMENCA DE MONTILLA
Para él fue el primer brindis de la noche con fino de la tierra, un acto de hermanamiento convertido en ritual edición tras edición en el que participaron artistas y aficionados y que sirvió de prologo a más de cinco horas de cante, baile y toque.
La diversidad de estilos y propuestas artísticas que conformaban el cartel de este año dio lugar a una noche de contrastes. Hubo flamenco para todos los gustos, aunque lo que se escuchó no gustara a todos por igual. El primero en subir a las tablas fue el gaditano David Palomar. Su entrega caló rápidamente en el público, que agradeció sus formas cantaoras por alegrías, seguiriyas, soleá y tangos caleteros. Magistral en el acompañamiento estuvo la guitarra de Rafael Rodríguez, con quien Palomar brilló sobremanera en una de sus especialidades, los tanguillos de Cádiz.
La brisa del barrio gaditano de la Viña dio paso a uno de los artistas más esperados por la afición local. Y su actuación no defraudó a nadie. Acompañado por la guitarra del maestro Manuel Herrera, el montillano Antonio Mejías se encargó de poner el listón de la velada aún más alto. Se empleó a fondo por granaínas y seguiriyas, con la gravedad que requieren ambos estilos, y puso el contrapunto a su actuación con tangos de Badajoz y unas bulerías de su disco ‘En su tiempo’ dedicadas al guitarrista jerezano Moraíto Chico. Como no podía ser de otra manera, se despidió de su público con una tanda de fandangos.
Con el ambiente caldeado y ya pasada la medianoche, llegaba el turno de los dos artistas que encabezaban el cartel de este año. El tándem formado por Dorantes y Marina Heredia supuso un punto y aparte con todo lo anterior. “Un cambio brusco, pero bueno”, confesó la cantaora granadina sobre el escenario, sabedora de lo arriesgada de esta propuesta en festivales de este corte. Malagueñas, alegrías, nana y grandes éxitos como ‘Orobroy’ o los tangos de ‘Errante’ se sumaron a un repertorio en el que la música del pianista lebrijano fue la gran protagonista. Seguramente no fuera el enclave más idóneo para disfrutar de este espectáculo, pero lo que no se puede discutir es la calidad musical que ambos artistas derrocharon sobre las tablas. Sin duda dos de los nombres que están grabados a fuego en la lista de renovadores del flamenco.
Era el momento del baile y todo marchaba dentro de los cánones establecidos hasta que llegó el receso de rigor en todo festival que se precie. El intermedio se prolongó durante casi una hora. Todo por culpa de la imperiosa necesidad de bajar del escenario el piano de cola de Dorantes, una laboriosa tarea que llegadas las tres de la mañana llegó a convertirse en algo soporífero. Fue la bailaora cordobesa Alba Luna quien se encargó de despertar al personal con un baile por alegrías con mantón. Bella factura en sus formas y un alarde de flamencura fueron los aspectos más destacados de la actuación de la joven artista, que contó con el certero acompañamiento de la guitarra de David Navarro y el cante de Gema Jiménez y los hermanos Plantón.
Llegados a este punto, subió a las tablas otra de las triunfadoras de la noche. La voz limpia y cristalina de la cantaora onubense Rocío Márquez cautivó al respetable desde el inicio de su recital. Especialmente aplaudida fue su recreación del Romance de Córdoba, de Pepe Marchena, en un repertorio que completó por malagueñas y abandolaos, habanera y guajiras y alegrías de Córdoba dando así muestra de su gran personalidad interpretativa.
La traca final de la noche llegó al compás de los jereles. La actuación de Capullo de Jerez supuso nuevamente un cambio de tercio radical y su puesta en escena se convirtió en un show que en algunos momentos llegó a rozar lo esperpéntico. Es sabido que este animal flamenco canta, baila y hace lo que se le pasa por la cabeza en cualquier momento. Es su seña de identidad, el ‘estilo capullo’. Pero sus formas y el desfase que alcanzó su actuación, provocaron que muchos aficionados abandonaran el recinto ya pasadas las cuatro de la mañana. Cantó por solea junto a la guitarra de Diego Amaya y continuó por fandangos, tangos y bulerías. Pero a esas horas ya estaban colmadas las ganas de cante de una tierra en la que el fino es indisoluble del arte jondo.