Algo está cambiando en el flamenco cuando un martes cualquiera, de cielo encapotado, un teatro casi se llena para asistir a un concierto sin cante, sin baile y sin guitarra. Claro que el protagonista de la hazaña es, David Peña Dorantes, uno de los músicos más respetados dentro y fuera de lo jondo, que abrió con su Sin muros! el ciclo Flamenco Viene del Sur.
Así, el pianista lebrijano se presentó ante el público dispuesto a romper todas las barreras. Centrándose únicamente en lo que verdaderamente le interesa: la música y sus posibilidades. La música y su capacidad de emocionar por sí misma. La música y su universalidad.
Por eso, quizás, prescindió de los artistas invitados -con los que sí cuenta en el disco (Arcángel, Carmen Linares, José Mercé, Miguel Poveda… )- y solo se dejó acompañar por Francisc Pose al contrabajo y Javi Ruibal a la batería. Aunque, en esta ocasión, el solo no se refiera estrictamente a ninguna de sus dos acepciones.
Es decir, Dorantes no estuvo ‘sin compañía’ ni contó con estos artistas ‘solamente’. Teniendo en cuenta, que los tres juntos, a ratos con contundencia, a ratos con dulzura y siempre geniales, demostraron a una ciudad con escasa tradición concertista que cuando la música habla las palabras sobran.
Además, Dorantes dejó ver una vez más su libertad creativa, su originalidad en la composición y su ejecución perfecta. Fue generoso pese a su virtuosismo. Y se abrazó al piano para sacarle todas las notas posibles.
Claro que la hondura llegó en muy contadas ocasiones y aunque el creador de Orobroy tocó por alegrías, bulerías, seguirillas, guajiras o tangos, el Teatro Central recordó mucho más a una sesión jazzística de cualquier ciudad norteamericana. Evidentemente, esto no resta belleza al resultado. Eso sí, hubo muchos aplausos pero apenas se oyó un ‘ole’.
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