En la pasada edición de la Bienal, Manuel Moreno Maya, atenazado por la enfermedad, encarnó un inenarrable momento por soleá en el espectáculo de Manuela Carrasco. Desde ese instante, El Pele ha caminado hacia la vitalidad y el reconocimiento, y en ese tránsito milagroso Sevilla ha tenido mucho que ver.
Anoche el cantaor cordobés venía al Maestranza para redondear ese ciclo de resurrección, que lo ha convertido en un soberano del cante, capaz de agitar al pueblo con un leve gesto, un tercio casi susurrado de su soleá apolá: “Se acostumbra el gorrión/ al ruido de los coches/ y no me acostumbro yo”.
El Pele ha logrado lo que nadie en estos tiempos: cuajar una personalidad única, que no oculta sus precedentes pero que tiene un acento inimitable. Hemos agotado los calificativos para describir su cante, ese preñado de sensibilidad, de una sabia combinación de recursos que delatan una maestría absolutamente flamenca, esto es, conocedora del camino de la emoción.
Ayer se rodeó de buenos amigos, de excelentes flamencos para ofrecer una versión más medida de su arte, en la que entre las dos direcciones de su cante, desborde y recogimiento, primó la segunda. Las tonás fueron un lienzo sobre el que dibujar giros, melismas e incisiones que desvelan una cualidad mágica del cordobés: la de dulcificar lo más extremo y desgarrar con lo más nimio.

En las malagueñas flanqueadas de abandolaos se vio asistido por Dorantes, cálido y cercano al estilo del maestro, quien habló el cante con deliciosa cadencia. Esa es la verdadera dimensión de la maestría: pura sencillez. En las seguiriyas, aunque pleno de conocimiento, sólo insinuó su capacidad y se reservó para la soleá, donde maravilló una vez más con sus cadencias, que alumbran un nuevo ramaje jondo: la soleá de El Pele.
A continuación, el primer invitado de la noche, Farruquito. Soleá por bulerías para que el sevillano esculpiese otro momento inolvidable. Sucedió que Juan Manuel Fernández Montoya se arrimó al cantaor y bailó en un breve espacio con infinita elegancia, hombría y poderío. Quedó claro que el número no estaba ensayado y quizás gracias a ello le crujieron las costillas al teatro de decir olé.
Con la aparición del bailaor culminó la primera parte del recital, sin duda la más intensa e íntima. A partir de ese momento El Pele se integró en una obra conjunta, que comenzó a rodar con el tema “El alma”, que interpretó a dúo con la gaditana Encarna Anillo. ¡Qué difícil salir a bailar después de ese monumento gitano que es Farruquito! Así que doble mérito para La Moneta, que interpretó una zambra en la que no se achicó, ofreciéndose al juego de deseos y torsiones que ideó Manolo Caracol. Magnífica en intención y ejecución.
Unos tangos rumbas de transición condujeron al fin de fiesta, en el que se produjeron momentos de verdadera complicidad, con un Pele maestro que sacó lo mejor de la juventud de la que quiso rodearse anoche. Maestranza en pie, nombrando ya por siempre al Pele califa en Sevilla.
‘Peleando y punto…’ Teatro Maestranza. Cante: El Pele. Toque: Manuel Silveria y Niño Seve. Piano: Dorantes. Violín: Bernardo Parrilla. Coros y palmas: Rubio de Pruna, Desiré Márquez, Natalia Segura, Chícharo. Percusión: El Güito y J. Moreno. Con la colaboración especial al cante de Encarna Anillo y el baile de Farruquito y Fuensanta La Moneta.
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