Israel Galván encuentra su centro en Sevilla


Fui piedra y perdí mi centro, me arrojaron al mar. Y al cabo de mucho tiempo, mi centro vine a encontrar… Pues sí. Han tenido que pasar años para que esta letra que Enrique Morente regaló a Israel Galván para ‘La Metamorfisis’ de Kafka -«siempre me llaman para cosas raras», cuentan que dijo el maestro al recibir la propuesta- adquiera el máximo sentido.

Ya sea en su concepción original por soleá, o por malagueñas o por tonás, estos versos repetidos resumen a la perfección lo que ocurrió la noche del domingo en el Teatro Lope de Vega con ‘Flacomen’, la nueva propuesta para la Bienal de Flamenco en la que definitivamente el bailaor sevillano se ha reconciliado consigo mismo.

Israel Galván se ha desprendido de la tensión y del sufrimiento para relajarse y pasarlo bien. Ha despojado su propio baile de los corsés que le aprisionaban (quizás por eso aparece en escena con una de estas prendas) y ha alcanzado la naturalidad. Ha superado los complejos y ganado en seguridad escénica. Ha pasado las páginas del libro que ha escrito en su trayectoria para empezar de nuevo, que no de cero. Y, sobre todo, ha aprendido a reírse de él y de lo que le rodea, algo que el patio de butacas agradece profundamente.

Israel Galván. 'Flacomen'. Foto: Adam Newby.

En este contexto de oscuridad en el que los flamencos vamos a quedarnos ciegos, lo de Galván es un respiro, un alivio, un goce, la luz del móvil que por momentos nos salva. Así, en una especie de juego improvisado fue encadenando piezas de sus obras anteriores en las que ya la importancia no recae sobre el concepto sino sobre la música y sobre el baile. Su baile.

Es decir, si en el flamenco el acento recae en la segunda sílaba, el artista ha alterado el orden y ha convertido la palabra llana en aguda. Construir desde la deconstrucción. Otra vuelta de tuerca.

En ‘Flacomen’ hay mucho o todo del Israel de siempre, pero además ha empezado a dibujarse un nuevo Israel que respira sevillanía. Porque si de algo bebe el bailaor en esta propuesta es de lo popular, de lo folclórico, de lo cañí, de sus raíces. En otras palabras, aquí vimos la feria, la Semana Santa, los toros, las velás de barrio, las verbenas con sus pasodobles y hasta el número de la cabra. Todo, en dos versiones, la española y la americana. Por si alguien dudaba de que el flamenco no sea universal. El público fue entonces entrando al trapo y hubo hasta quien le gritó «I love you». Ya todos estábamos entregados.

Israel Galván. 'Flacomen'. Foto: Adam Newby.

En este punto daba igual que lo que sonara de fondo fuera la canción con la que entrenan los marines (aquello de me gusta trabajar con el tío Sam), ritmos propios de las fanfarrias rumanas o el chiquitantantan de Chimo Bayo con el que inició el espectáculo, porque todo tenía sentido.

Impresionantes además los músicos -Eloísa Cantón, Juan Jiménez Alba, Antonio Moreno y Cacacafé- y los cantaores con ese Tomás de Perrate a lo Frank Sinatra del flamenco y un impresionante David Lagos que nos emocionó en cada tercio. Mención aparte merecen la soleá cargada de intensidad que se bailó el sevillano descalzo y las flamenquísimas alegrías.

En cualquier caso, hablar de palos es lo de menos. En ‘Flacomen’ se disfrutó del flamenco en su plenitud en un recorrido por la emoción y la risa. Galván acabó vestido de gitana como los monos de feria. Dicho así pueden pensar ¡qué ridículo! Pero no teman, no es más que una prueba que nos pone este nuevo Galván. Ahora el genio ha perdido el sentido del ridículo.


‘Flacomen’. Teatro Lope de Vega. Dirección, coreografía y baile: Israel Galván. Músicos: David Lagos, Tomás de Perrate, Eloisa Cantón, Caracafé y Proyecto Lorca (Juan Jiménez Alba y Antonio Moreno)

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