Si hubiera un ránking de los mejores espectáculos de esta primera semana de Bienal, el primer puesto estaría entre la ‘Utopía’ de María Pagés y la ‘Rosa, metal, ceniza’ de la cordobesa Olga Pericet.
La bailarina-bailaora consiguió en el Teatro Lope de Vega que su primera obra en solitario arrancara los aplausos de un público que durante todo el espectáculo soltaba oles de esos que nacen de dentro. Y que, al mismo tiempo, mantenía el silencio cuando lo requería el dramatismo de la escena. Es decir, un público que estaba completamente metido en lo que se estaba contando y que permaneció durante más de cinco minutos de pie ovacionando a la artista, visiblemente emocionada.
‘Rosa, Metal y Ceniza’ ya se pudo ver el pasado mes de abril en el Teatro Góngora de Córdoba, una propuesta que es una representación de su “feminidad, su entereza y su resurgir”. De todo lo que es o puede ser. De todas las bailaoras que habitan en ella. De su delicadeza, de su fortaleza y de su frescura.
Lo mejor de este espectáculo es que la pretensión argumental no es una excusa para rellenar los folletos sino que se huele, se escucha y se palpa. Es un espectáculo limpio, claro, coherente y completamente cuidado, medido, sincronizado. Algo muy de agradecer viendo lo que se ve sobre los escenarios.
La bailaora demostró su técnica, su conocimiento, pero también su sensibilidad artística. Bailó por alegrías, seguiriyas, tonás, bulerías, peteneras… Y lo hizo descalza, con tacones, en zapatillas, con música, en silencio… Además, regaló un precioso homenaje a la Escuela Bolera -que tanto conoce- con sutiles movimientos de ‘muñeca’ bajo los acordes de la ‘Córdoba’ de Albéniz . Y fue, a ratos jonda, a ratos innovadora.
Todo porque Olga Pericet, pertenece a esa generación de artistas disciplinadas y trabajadoras, que llevan años bailando lo que se tercie, que saben moverse entre lo clásico, lo contemporáneo y lo flamenco y que, además, hacen gala de humildad y generosidad.
Una generosidad que permite que se disfrute de uno de los mejores cuadros ‘atrás’ que se han podido ver en estos días (da gusto verse obligada mencionar todo el elenco). Fueron geniales desde la dirección escénica, a cargo de David Montero. A las guitarras de Antonia Jiménez y Javier Patino, creadores también de la música original. Las flamenquísimas bulerías del gaditano, Jesús Fernández, premio Desplante de La Unión en 2010. La delicadeza del bailarín Jesús Caramés. Y, sobre todo, las voces y el saber estar de los cantaores Miguel Ortega, Miguel Laví y José Ángel Carmona, quien se ganó completamente a los espectadores por milongas, seguiriyas y la petenera de Pastora Pavón.
En definitiva, después de haber recorrido medio mundo, y tras su paso por la Bienal, a ‘Rosa, metal, ceniza’ parece quedarle mucho recorrido. Puede que aún le falte a Pericet encontrar la medida exacta porque todavía le sobran ganas de demostrar. Pero, desde luego, va por buen camino.