El mano a mano es un formato usual en la historia del flamenco y en esta Bienal hemos asistido en dos ocasiones al rescate de esta fórmula tan atractiva para el aficionado. Si la semana pasada disfrutamos del enfrentamiento -bastante templado- entre Jesús Méndez y Antonio Reyes en el Lope de Vega, el de ayer resultó un duelo más visceral.
Tanto Pedro El Granaíno como Miguel Lavi son dos jóvenes cantaores provenientes del acompañamiento al baile, que desde hace unos años vienen buscando su sitio en solitario. La Bienal se ha convertido en la arena idónea donde medir sus poderes, pues confía en ellos por segunda vez consecutiva.
Ambos artistas disfrutan de un metal áspero e hiriente por su rugosidad, pero sus propuestas cantaoras son de muy distinta condición. Mientras que El Granaíno es un cantaor de amplios horizontes, capaz de conjugar referencias muy diversas, el jerezano se adscribe fielmente al cante de su tierra.
Abrió plaza Pedro con una ronda de tonás que incluyeron martinete, debla y pregón del uvero, como siempre arrebatador y extremo en su interpretación. Sustituyó la granaína anunciada en el programa para dirigirse al tuétano con unas soleares de aroma trianero en las que no se encontró. La guitarra de José de Pura proponía un inmovilismo que desnudó las facultades algo mermadas del cantaor.
En los tientos y tangos se recompuso para gustarse en una búsqueda melódica de tinte camaronero, en especial a su paso por Extremadura. Echamos en falta la asistencia de palmeros, que hubiesen aireado la actuación del granadino. Si bien Pedro no dispuso anoche de todos los poderes de su voz, si añadió la entrega a la que nos tiene acostumbrados en unas seguiriyas que le llevaron al límite. En los fandangos fijó su última oportunidad de conectar con el público y se fajó en los estilos del Chocolate, para dejar luego dos brochazos de personalidad al filo del escenario, sin micrófono que lo amparase. Una observación: a pesar del remoquete, Pedro el Granaíno es sevillanísimo cantaor.
Miguel Lavi tiene perfectamente acotado su estilo. Sabe dónde resulta más hiriente y maneja con soltura recursos que le son propios. Como ese eco negrísimo, con el que juega a apretar en determinados momentos, haciéndonos ver que canta con las tripas. En sus formas hay menos riesgo que en las de su compañero y también por eso anoche ofreció una imagen de mayor seguridad. Muy sereno en las tonás, que le sirvieron de acicate para continuar con unos tientos tangos en el que lo arroparon la sonanta embriagadora de Manuel Parrilla y el compás contagioso de Carlos Grilo y el Quini.
Junto a su cuadrilla, el Lavi condujo la faena por terrenos fértiles, realmente desenvuelto en el compás, ese que muscula la experiencia en el atrás. No le hizo falta la malagueña anunciada, pues engarzó unas bulerías por soleá y seguiriyas donde dejó patente que posee los arcanos secretos del cante de su Jerez: un cante corto, mal intencionado, brusco en ocasiones y que cuando se hace bien es un disparo certero.
Hubo tercios en los que se retorció hasta hacernos encoger la barriga. Guiños de cantaor viejo, de los que saben tragarse el cante. Su actuación culminó con bulerías de enorme sabor, en las que, eso sí, se coló algún pie que sobraba.
Y cuando la balanza parecía haberse decantado a favor del jerezano, Pedro el Granaíno salió al quite en un fin de fiesta en el que mostró su verdadera dimensión con unas cuantas letras por bulerías. ¡Qué caprichoso es esto del flamenco! Pero, en un mano a mano, tanto valen las orejas como una buena verónica.
‘Mano a mano’. Espacio Santa Clara. Cante: Pedro El Granaíno y Miguel Lavi. Guitarras: José de Pura y Manuel Parrilla. Palmas: Carlos Grilo y El Quini.