Afirmaba fascinado el Premio Nobel de Literatura, José Saramago, que “ni el aire ni la tierra son iguales después de que María Pagés haya bailado”. Y es que su baile resulta realmente conmovedor. La noche del miércoles pasado fuimos testigos de ello una vez más. Fue en el Teatro Góngora, donde la sevillana inauguró oficialmente el Festival de la Guitarra de Córdoba con su obra ‘Oyeme con los ojos’.
Cuatro años después de su última visita – en aquella ocasión fue al Gran Teatro con ‘Utopía’ también en el Festival de la Guitarra- María Pagés regresó a Córdoba con una propuesta radicalmente diferente. Un obra de marcada sobriedad escenográfica e inspirada en el poema ‘Sentimientos del ausente’ de Sor Juana Inés de la Cruz, en la que la bailaora sevillana dio rienda suelta a toda su genialidad bailaora.
Lo hizo sola, sin cuerpo de baile. Envuelta en una atmósfera mística que arrancó casi a oscuras a compás de martinetes. Sola y en la sombra, pero llenando hasta el último centímetro de las tablas. Dibujando un sinfín de movimientos cosidos con retazos de otras disciplinas y mostrando que es posible establecer un diálogo entre diferentes estilos sin desvirtuar el baile flamenco. Innovando y ejecutando braceos que nos dejaron algunas de las estampas más bellas de la noche
María Pagés baila sin estridencias y huye del recurso fácil para buscar el aplauso. Así lo hizo por seguiriyas, esta vez con bata de cola de rojo sangre. Clavada en el suelo, moviéndose solo de cintura para arriba con una plasticidad rebosante de elegancia, técnica y jondura.
Luego pudimos disfrutar del cante. Y del bueno. El de los cordobeses Ana Ramón y Bernardo Miranda, que nos brindaron una espectacular tanda de fandangos con el acompañamiento a la guitarra de Rubén Levaniegos.
También tuvo oportunidad la bailaora sevillana de mostrar su dotes dramáticas recitando textos de ‘Palabras para Julia’ de José Agustín Goytisolo en la antesala de su baile por tientos. Y nos sorprendió en su versión más cómica – con gafas de sol, abanico y look a lo Martirio- cantando ‘Ay qué caló’. Una escena en tono de humor que, a pesar de resultar simpática, hizo añicos el clímax dramático tejido por El Arbi El Harti durante toda la obra.
Tras este sorprendente inciso, Pagés puso fin al espectáculo bailando por granaínas. Envuelta en un espectacular vestido gris con el que se perdió entre las mismas sombras de las que había llegado.