Qué alegría divertirse con el flamenco. Qué gusto sentir la necesidad de tocar las palmas y mover las piernas en el asiento. Qué maravilla hacer fácil lo difícil, bonito lo feo. Qué placer disfrutar de lo natural. “La simplicidad es el logro final, una recompensa del arte”, que decía Chopin.
Con Jerez llegó por fin la fiesta a las noches del Hotel Triana en la Bienal de Flamenco de Sevilla y con ellos se puso el cierre a un ciclo por el que ha pasado el flamenco de Triana, Las Tres Mil y Málaga, con mejor o peor acierto.
Las voces de Luis ‘El Zambo’ José Méndez, El Torta y La Macanita, de ecos inconfundibles, demostraron ayer por qué Jerez es escuela de compás. Lo que ofrecieron estos artistas, junto a las guitarras de Diego del Morao, Manuel Parrilla y Pepe del Morao, el baile de María del Mar Moreno –con Antonio Malena al cante-, y unos geniales palmeros, fue una masterclass de arte, de pureza.
Por soleás, martinetes, fandangos, tientos-tangos, seguiriyas y, sobre todo, por bulerías, Jerez entretuvo a un público que agotó localidades y que había echado de menos en noches anteriores la complicidad de los artistas.
A diferencia de las otras propuestas que pasaron por el corral, los de anoche estuvieron juntos compartiendo escenario y se jaleaban unos a otros, a pesar de los pesares y de los egos. Concretamente nos referimos a cómo lo pasó El Torta por culpa del micro inalámbrico con el que no se hallaba y por culpa de los tonos. Y es que con la guasa que le caracteriza, tras un fandango con el que no quedó conforme, escuchó la guitarra de Diego del Morao para ‘El Zambo’ y le increpó un: -“ése era mi tono”. Para más tarde, en el fin de fiesta por bulerías, increparle cualquier cosa al guitarrista, que incluso se levantó y le animó a que afinara él la guitarra.
Por supuesto todo quedó en anécdota. Esas que afortunadamente solo pueden ocurrir cuando se tiene a varios artistas geniales juntos y cuando se tiene la oportunidad de escuchar cante en un ambiente relajado y familiar. Al que ellos están más que acostumbrados y que, sin embargo, tanto cuesta vivir en una Bienal de Flamenco.
Ni que decir tienen que el derroche de bulerías fue más que aplaudido. Las voces y las guitarras iban dejando rastro de escuelas, linajes, estilos, castas y señoríos. La Macanita puso poderío, pasión. ‘El Zambo’ estuvo firme, contundente. José Méndez magistral, sobrecogedor en los fandangos. Y el Torta… el Torta es tan genial que da igual cómo estuviera.