Texto: Antonio Higuera. Fotos: Miguel Valverde.
“Entre italiano y flamenco, ¿cómo cantaría aquel Silverio?…”. Así inicia Federico García Lorca el poema Retrato de Silverio Franconetti, una figura polifacética y rodeada de misterio -su voz nunca fue grabada- a la que se considera clave en el devenir de la historia del flamenco. De padre italiano y madre sevillana, los estudiosos lo califican como el cantaor más importante de todos los tiempos, ya que en buena parte a él se atribuye el ‘big bang’ del arte jondo. El jueves pasado, en el Gran Teatro, tuvimos la oportunidad de acercamos a la figura de este singular personaje de la mano del Ballet Flamenco de Andalucía, que bajo la dirección del onubense Rafael Estévez y coreografías con la firma del cordobés Valeriano Paños, trata de poner en valor el legado de un artista que fue determinante en la creación de los estilos y cantes que han llegado a nuestros días.
La obra recrea algunos de los episodios biográficos más notables del cantaor sevillano. La profesión de sastre heredada de su padre, el viaje a las Américas donde ejerció como picador de toros e hizo carrera como militar y, ya de vuelta en España, los comienzos en el Café de Silverio en Sevilla, donde se reunía la flor y nata del flamenco de la época. Todo bajo una estampa de influencia goyesca en la que las coreografías con notable presencia de pasos de escuela bolera y los cambios de escena se van sucediendo a gran velocidad para acercarnos al ambiente que rodeó a esa época de finales del siglo XIX que los estudiosos llaman ‘Edad de Oro del Flamenco’.
El repertorio musical toma como base los cantes que se atribuyen al gran maestro, como la Seguiriya de Silverio, y también aquellos de sus contemporáneos y discípulos como ‘Tenas de Morón’ Juan Breva o Antonio Chacón y músicas preflamencas que se escuchaban en los salones y cafés de la época.
Durante todo el transcurso de la obra se destila un arduo trabajo de investigación en la selección de cantes y recreación de episodios históricos. Y es que éste es sin duda uno de los distintivos del tándem que forman Paños y Estévez, dos rancios muy modernos a los que les mueve el estudio exhaustivo de lo antiguo, de las formas primigenias del arte flamenco, como punto de partida para contar historias narradas siempre desde la óptima más contemporánea. En contra, que el montaje llega a resultar denso en algunos pasajes y de difícil digestión en su argumentario, especialmente para espectadores poco avezados en la historia del arte jondo.