Si existiera un catálogo de voces flamencas que tratara de describir cómo canta la mujer sevillana Alicia Gil formaría parte del mismo. Al igual que los de sus referentes más inmediatos –Remedios Amaya, Aurora Vargas, Juana la del Revuelo-, los ecos de esta artista son rasgados, naturales y auténticamente canasteros. Propios de una forma de entender el cante en la ciudad de la Giralda.
Alicia Gil, que el martes actuó dentro del ciclo ‘Flamenco Viene del Sur’, es una de esas cantaoras a las que se les nota que sabe lo que cuesta un kilo de tomates. Que prescinde de la parafernalia y que canta por placer. Es decir, si sus dos discos en el mercado son comerciales, lo son porque esos son los ritmos que a ella le interesan. Por eso, en el recital que ofreció en el Teatro Central -con apenas medio aforo- no engañó a nadie, aunque tampoco provocara entusiasmos.
Cantó un amplio repertorio de tangos, bulerías, bamberas-guajiras y alegrías sin más pretensión que animar la noche. Y se levantó de la silla para interpretar el bolero ‘Un poco más’ de Lila Downs, la ‘Rumba de Cleo’ de su mentor Paco Ortega, y unos cuplés por bulerías acordándose de Adela la Chaqueta que fueron, sin duda, de lo mejorcito del espectáculo.
Sólo se metió en cierta jondura cantando por fandangos de Huelva y por soleares de Triana, acompañada respectivamente por Pepe el Marismeño y Chiquetete, los dos padrinos con los que se anunciaba y que, sin embargo, fueron un visto y no visto.
De todas formas, lo que hizo que Alicia Gil no brillara o no arrancara oles no fue su repertorio sino su falta de riesgo. La cantaora optó por lo cómodo, por los tonos que controla, por no acabar los tercios y en muy pocas ocasiones arriesgó. Esto inevitablemente lleva a la monotonía y, por eso, pese a que facultades vocales no le faltan, los palos se hicieron repetitivos y estuvieron faltos de emoción, de fuerza, de desgarro. Llegando a sonar todo a flamenco edulcorado, ese que tiene como objetivo endulzar pero que ni de lejos se parece al azúcar. Ni pringa ni se pega en los labios.
Al fin y al cabo, la pasión, la gracia, la fiesta, la melancolía, la alegría, lo salvaje… no se consigue con exceso de ritmo o jaleos, que como los de Juan Amaya ‘El Pelón’ más bien molestaban. Hay que quemarse las pestañas. Y aquí a la sevillana le falta el fuego de a quienes admira. Las que nunca dejan a su público a medias.
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