Pocas dudas hay sobre su calidad artística, pero desde hace tiempo es difícil ver al cantaor catalán en un espectáculo puramente flamenco
Pocas dudas hay sobre la calidad artística de Miguel Poveda, ya que posiblemente estemos ante uno de los artistas con más tirón en España. Sus cualidades vocales son excepcionales, su conocimiento y afición exhaustivos y su capacidad camaleónica para adoptar varios géneros musicales es sorprendente. Está claro que su éxito no es casual, sino fruto del trabajo y el talento.
Pero desde hace tiempo es difícil ver a Miguel en un espectáculo puramente flamenco, con un público dispuesto a ver únicamente flamenco. Quizás este hecho haga que sus espectáculos brillen más por la canción y la copla que por el arte jondo, donde se limita a interpretar, sin buscar la superación del cante en cada momento, sin buscar instantes de súbita inspiración, guardando la voz y las energías para otros menesteres.
De esta guisa se presentó en el Castillo Sohail de Fuengirola el sábado por la noche para ofrecer uno de sus habituales recitales. Comenzó recitando a Miguel Hernández y a Federico García Lorca acompañado por el maestro de la música y el piano Joan Albert Amargos. Dulces melodías de poesía dieron paso al interludio por bulerías del guitarrista Chicuelo acompañado al cajón por Paquito González y por el compás de Luis Cantarote, Carlos Grilo y El Londro.
Tras el toque concertista de Chicuelo daba comienzo la versión jonda de Poveda, que abrió por alegrías gaditanas cargadas de compás, pero faltas de sal. Una sal que sí puso La Lupi con su baile con bata de cola. Aunque su bata apenas dibujó formas, sus manos si supieron esculpir de forma adecuada los sones gaditanos. Ya con la única compañía de Chicuelo, interpretó malagueña de Concha la Peñaranda rematadas con rondeña del Gallina, fandango de Lucena y rondeña del Cojo de Málaga.
De nuevo envolvió de compás las murallas del castillo, pero esta vez en forma de tangos. De todos los colores y sabores: estremeños, granadinos, malagueños y gaditanos para finalizar con un giro rítmico que desembocó en Triana con La Lupi como protagonista con esa amalgama de formas cómicas que dibujó con su baile, formas con las que se bailaban estos tangos en dicho barrio. Otra cuestión fue ver a Miguel acompañando con su baile ajeno al flamenco y más próximo al de discoteca a La Lupi, innecesario. Cantar canta muy bien, pero alguien ha de decirle a Miguel que el baile no es lo suyo en absoluto.
Brilló sobremanera por taranta, donde sacó a relucir su registro vocal y sabiduría. No ocurrió lo mismo con la soleá, donde se hizo acompañar de forma excepcional, por el palmero Carlos Grilo, que estuvo preciso y flamenquísimo, sin adornos ni florituras, rigiéndose por el compás y el cante de Miguel, que vendió ojana abusando del falsete y guardando la fuerza vocal y expresiva para la copla.
Un nuevo giro musical dio paso a la ansiada copla, ansiada por la mayoría de espectadores que se dieron cita en el Castillo Sohail. Miguel, es un tipo entrañable sobre el escenario. Improvisa, dialoga e interactúa con el público en todo momento. Ya en vereda dejó satisfecho a sus seguidores con versiones de Marifé, La Piquer y otros artistas del género, para llegar al culmen del espectáculo con unos cuplés por bulerías llenos de compás, donde volvió a dejar claro que su arte no radica en el baile, eso seguro.
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