Belén Maya, el baile vulnerable

En el baile de Belén Maya hay caminos inescrutables. Senderos que parece haber querido recorrer a ciegas, variantes en las que ha querido perderse, callejones sin salida, autopistas de peaje, veredas repletas de maleza. Una búsqueda de un destino que no aparece en los GPS. Que solo se alcanzan a fuerza de preguntar en cada rotonda.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sus movimientos aparentemente estrictos, calculados y precisos no son más que una coraza, un mecanismo de defensa con el que sobreponerse al mundo, como lo es la desconfianza para quien ha dormido en la calle. Por eso, se permite la parada y el desafío. Pero también respirar el desaliento. Todos buscamos refugios donde esconder nuestra debilidad.

Como algunas de sus contemporáneas con las que ha compartido ideas y proyectos –Olga Pericet, Rocío Molina o la propia Chloe Brulé-, Maya parece dispuesta a defender un modo de entender el baile flamenco en el que la expresividad es un medio no un fin. Donde la crudeza prima sobre la belleza. Y donde no es preciso cerrar el telón con una ‘pataita’ por bulerías. Aunque esto claro, no sea nada nuevo.

De hecho, el mejor número del espectáculo que la artista ofreció ayer en Sevilla dentro del ciclo Jueves Flamencos de Cajasol, fue el martinete con el que ya homenajeara a su padre en la gala de clausura de la Bienal de Sevilla. Un ejercicio de rotundidad y de pureza en el que la bailaora sentada en silla de enea y sin más apoyo que la profundidad del eco de la voz de José Valencia, marca el compás y la vida en cada golpe.

Del mismo modo, por tangos-tientos-tarantos Belén Maya hizo alarde de su baile galáctico, rectilíneo, minimalista. Quedándose con la sencillez de cada gesto. Comportándose con la misma vulnerabilidad de un títere que jamás podrá dar un paso sin que le muevan los hilos. De una muñeca delicada.

Sin embargo, menos acertada estuvo en la caña, con bata de cola y un mantón de manila que se le resistía y que no consiguió mover –pese a la pelea- con la soltura con la que lo hacen las maestras de la escuela sevillana. Algo va mal cuando se intuye lo que pesa el mantón, que podría decir alguna de ellas.

Tampoco se entendieron bien los abandolaos de Chloe Brulé ni su papel en el global del espectáculo ya que al margen de esta pieza y las cantiñas con las que ambas abrieron el recital, no tuvo peso ni dio lugar a demostrar sus virtudes interpretativas.

Igualmente, las bulerías de José Valencia se vieron deslucidas por algún problema con la guitarra que hizo que el repertorio se alargara y se hiciera repetitivo. Pese a que el de Lebrija pusiera todos sus esfuerzos en solucionar el imprevisto con la pasión y la fuerza flamenca que le sale de los poros.

En cualquier caso, estos inconvenientes no consiguieron hacer de la de Maya una propuesta fallida. Primero porque le sobra personalidad, dedicación y estudio. Y segundo porque su baile goza de enigma y eso siempre genera entusiasmo. Eso sí, a la artista le queda aún muchas etapas que superar  en su particular viaje iniciático. Basta verla en su papel de gitana perseguida en la nueva propuesta de Israel Galván para adivinar todo lo que le queda por dar.

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