Concierto de Dani de Morón en los 'Jueves Flamencos' de Cajasol. Foto:Adam Newby.

Dani de Morón, sentido y sensibilidad

Si nunca ha oído hablar de Dani de Morón habría que decirle primero que va tarde. Que Paco de Lucía lo eligiera como segunda guitarra en la gira del disco ‘Cositas Buenas’ y que la Bienal de Sevilla decidiera otorgarle el Giraldillo al Toque en la pasada edición ya eran señales de peso.

Si lo ha visto alguna vez acompañando a artistas como Manuela Carrasco, Arcángel o Joaquín Grilo, seguro que se dio cuenta que le quedaba carrera para rato. Si se animó a escuchar ‘Cambio de sentido’, su primer disco en solitario, con toda certeza ha ido ya a alguno de sus conciertos. Y si ha llegado a esto último, no hay duda que querrá verlo de nuevo.

Daniel López Vicente, su verdadero nombre, volvió a demostrar en el ciclo de los Jueves Flamencos de Cajasol lo más poderoso que tiene, su capacidad para ponerle al flamenco sentido y sensibilidad. Para ello, se presenta ante el público desde la sencillez y la austeridad más absoluta, sin tirar de perrito que le cante o que le baile. Y a pesar de su aparente atrevimiento consigue que sus conciertos pasen volando y, lo más importante, que el público –que ya había ido a verle en su estreno en el Teatro Central y en una propuesta más íntima en la Casa de la Guitarra- repita. Todo porque su guitarra tiene la medida exacta entre la fantasía y la jondura. Porque sabe ser delicado, dulce, evocador… pero sin  olvidar en lo más mínimo ni de dónde viene ni quiénes son los maestros.

En la música del sevillano hay espacio para la evasión. Hay calma y hay pellizco. Por eso, brilla cuando muestra su virtuosismo y lo hace igual cuando se para.  Por supuesto, está sobrado de compás y de técnica pero no tiene intención ninguna de airearlo. Parece tener claro que su prioridad es la creación.

Así, llega un momento en sus conciertos que el público no puede evitar despegarse del asiento, reclinarse hacia delante, como buscando el detalle del que surge esta maravilla. Él mientras está arriba. Solo, encontrándose. O disfrutando, sonriendo. Rodeado de musicazos como El Popo al bajo -a añadir, flamenco-, Quique Terrón a la percusión, o los siempre precisos Mellis a los coros y a las palmas. Entonces, el espectador sabe que está viendo a un músico que siente, que padece y que disfruta.

Hablar aquí de los palos que interpretó es lo de menos. Que Dani de Morón está aquí para hacer disfrutar a los aficionados con su guitarra es lo que importa.

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