Estrella Morente en el Teatro Maestranza de Sevilla. Foto: Adam Newby

EMPAÑADO AUTORRETRATO DE ESTRELLA MORENTE


Minutos antes de dar comienzo el espectáculo, las parejas de novios y los grupos de amigos que ocupaban  casi al completo las sillas del Maestranza, tomaban instantáneas para inmortalizar el momento. No ya el de asistir al anunciado como inicio de gira de ‘Autorretrato’, el cuarto álbum de Estrella Morente tras seis años de silencio, sino el de ir por primera vez al teatro. Y aquí radica el poder indiscutible de la del Albaicín.

Estrella Morente es el ‘Sálvame’ del cante flamenco. O, la final de la Copa Mundial de fútbol, si se prefiere. Atrae, interesa y fascina tanto a quienes la consideran una diva como a quienes dicen no soportarla. Puede ser ‘prime time’, ‘top ten’, ‘trendic topic’ y lo que le dé la gana porque le basta clavar la mirada, dar un golpe de melena o mover el abanico para arrancar los más efusivos aplausos. Pone un pie en el escenario y acalla de golpe todas las incómodas toses.

Lo mejor y peor de todo esto es que sabe sacarle partido como nadie. Pocas cantantes y, desde luego ninguna cantaora, entiende tanto a su público como lo hace Estrella. Pocas o ninguna han sabido moverse tan bien entre lo que la mayoría espera de ella y lo que la minoría le alaba. Al fin y al cabo tiene el apellido del maestro en la cuestión y su reflejo es constante.

Claro que estas virtudes por sí solas no son garantía de éxito. Por el contrario, pueden acarrear consecuencias fatales como la de caer en la tibieza de no alcanzar la gloria para nadie.

Así, es cierto que Estrella se movió con absoluta soltura entre los profundos ecos de la seguirilla, la petenera, la soleá o los tientos-tangos, y las bellísimas canciones ‘acopladas’ -en  todos sus sentidos-, como la Habanera Imposible de Carlos Cano, la Canción del Bembón o las sevillanas homenaje a Lola Flores.

Que trató, del mismo modo, de acudir al recogimiento en una primera parte completamente a oscuras, junto a la genial guitarra de Alfredo Lagos; y de invitar a la alegría en una segunda en la que, acompañada de trece artistas más en el escenario y con un espectacular traje blanco de flecos, dio rienda suelta a la Estrella más pasional (también con menos iluminación de la deseable). Y que, si se obvia el exceso de sonido presente en todo el concierto, puso todo el empeño en demostrar las cualidades de su personalísima voz, la belleza de sus melismas y su capacidad para dulcificar los cantes.

Pero esta vez no le fue suficiente para satisfacer ni a los que buscaban evocar a La Niña de los Peines ni a los que querían verla entonando ‘Volver’. Puede que necesite tiempo para verse a sí misma con nitidez. Puede que aún tenga el espejo del alma empañado. Puede que no pueda permitirse ser la misma Estrella para todos los públicos.

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