José Mercé, Manuela Cordero y Juan Pinilla completaron un festival donde se echó de menos la mejor versión del jerezano
Sin lugar a dudas Jesús Méndez se ha convertido en el rey de los festivales flamencos. Y no sólo porque esté en todos, sino porque en cada uno de ellos destaca de sobremanera por encima del resto. La noche del pasado miércoles tuvo lugar en el colegio Manzano Jiménez la XLIV edición del festival de Campillos, un festival con unos precios más que asequibles -6 euros-, lo que posibilitó un aforo de unas 1500 personas aproximadamente.
Además, la apuesta por buenos artistas y la no excesiva duración de este festival, lo hacen uno de los más interesantes de Andalucía. El encargado de abrir la noche fue el granadino Juan Pinilla. Este polifacético artista, que estuvo acompañado por el magisterio de Antonio Carrión, es una enciclopedia cantaora. Comenzó acordándose de su tierra y Chacón por granaínas. Siguió por seguiriyas con una perfecta ejecución, pero carente de matices expresivos y soníos negros. Llevó de viaje a los aficionaos que colmaban el recinto por el mundo de la malagueña y el verdial. El cante de la Trini dio paso a una ruta bien detallada por Juan del fandango verdial. Almería, Almuñecar, Juan Breva, rondeña, lucena y vuelta a su tierra con fandangos de Frasquito. No quiso despedirse sin homenajear a Chano Lobato por alegrías y a todos los sinvergüenzas de este país por fandangos.
La gaditana Manuela Cordero puso el compás del festival. Acompañada nuevamente por Carrión, principió por alegrías con esa sazón que sólo saben darle los gaditanos. Dotó a los tangos de un gusto exquisito e hizo un recorrido soleaero donde Antonio dejó claro porque es uno de los mejores compañeros que un cantaor puede tener. Pero Carrión y Cordero alcanzaron sus mejores momentos por bulerías. Reminiscencias de La Perla en la voz de Manuela, para asestar dosis de aliento al público con aquellos cantes de Turronero que ponían patas arriba los festivales. Sin salir de Cádiz se despidió de los asistentes con unos carnavalescos tanguillos y unos fandangos de Alosno, Caracol y el Pichichi.
Escoltado por la seguridad hasta el escenario, subía al mismo el esperado José Mercé con la magnífica guitarra de Antonio Higuero. José ofreció un recital desganado, sin ilusión, sin capacidad de transmitir el legado de sus antepasados, como el que viene a cumplir contrato, pero no con el público. Su trillado repertorio no se ha renovado apenas. Dio comienzo su recital por malagueña del Mellizo, de la que nunca fue un gran intérprete, pero que además ahora no consigue apenas sacar adelante. Por soleá impartió su maestría y sacó partido a su rancio metal de voz, pero su cante seguía sin decir nada, sin hablar más allá de la música, sin evocar profundas sensaciones de alivio.
En definitiva, cuando la música no alcanza más allá de los cinco sentidos, se queda tan solo en la superficie. Siguiendo esta línea, continuó por alegrías para terminar con unas bulerías en las que se dio su pataíta pertinente. A petición de parte del público interpretó su canción por bulería ‘Aire’, dejando saciado a sus seguidores, pero incompleto a los que esperaban más de él.
Jesús Méndez es por derecho propio el digno heredero del poderío de La Paquera de Jerez. Se encuentra en el momento dulce de su carrera, por ello encabeza la mayoría de los festivales veraniegos. Su metal gitano e inconfundible se forja a elevadas temperaturas en las fraguas de San Miguel. Su cante golpea en la sien como el martillo al yunque. Con tan sólo 29 años es el presente y el futuro del cante jerezano por antonomasia. Sólo el tiempo podrá reafirmar estas palabras, pero a día de hoy su cante no admite discusión.
El jerezano abrió su recital como antaño se abrían los festivales, por tonás rematadas con la áspera dulzura del pregón de Macandé, aquel loco que vendía caramelos. Ya acompañado por Manuel Valencia continuó arrojándose al vacío y, despojado de temores, arriesgando en cada tercio con la bulería por soleá y confirmando que estábamos ante un temporal persistente de cante jondo.
Como rezaba aquel zorro, “lo esencial es invisible a los ojos”, por ello Jesús y Manuel llenaron de penumbra su particular fragua para inundarnos con la “tragirrabia” de su seguiriya. El cante de Manuel Torre precedió a una gran interpretación del estilo del Marrurro y éste a un cierre apoteósico de Curro Durse. Fandangazos de categoría para seguir embriagándonos de flamencura. Pinto, Chocolate, Gloria y Torre para sentenciar a viva voz. El temporal jondo al que nos sometió dio sus últimos coletazos por bulerías empapadas de arte y compás. Cantó sin micro y hasta se pegó su bailecito para despedirse por todo lo alto del público de Campillos.