Un ole a la naturalidad de ‘El Junco’ en el Central

Decía Oscar Wilde que la naturalidad es la más difícil de las poses y no podía tener más razón porque pocas cosas resultan más patéticas que pretender parecer espontáneo sin serlo. Por eso, el espectador bendice llegar a un teatro y encontrarse frente a una propuesta como la que el martes trajo Juan José Jaén ‘El Junco’ y Susana Casas al Central, con motivo del ciclo Flamenco viene del Sur.  La belleza del arte cuando tiene como punto de partida y como fin último el arte mismo, desde la más absoluta sencillez y desde la más sentida humildad.

Es decir, ‘Mirando al pasado’ es un espectáculo en el que los artistas logran recuperar la autenticidad del baile y su sentido más primigenio. Bailar para expresar cosas. De hecho, si algo tiene ‘El Junco’ es una enorme capacidad para hacer que llegue hasta el público lo que a él le hace sentir el flamenco.

El gaditano tiene sus pies sobraos de compás y «repiquetea» por el escenario con una soltura asombrosa, haciendo que parezca fácil y contagiando las ganas al respetable. Hay bailaores que se empeñan en imprimir tensión a sus movimientos y otros, como este Junco, que se mantienen firme en su defensa del flamenco como entretenimiento. Sus farrucas sobrias de sabor añejo, su soleá vehemente y, sobre todo, su gracia y desparpajo por alegrías y bulerías relajan y mantienen en vilo.

Susana Casas en el Teatro Central de Sevilla. Foto: Adam Newby.
Susana Casas en el Teatro Central de Sevilla. Foto: Adam Newby.

Por su parte, Susana Casas, mucho más apasionada, dejó la estela de sus maestros sevillanos en cada uno de los palos que interpretó. Fue rotunda por seguiriyas, coqueta y mandona por tientos tangos y delicada en las nanas que bailó junto a la arropadora voz de la Chabuca. Esta bailaora tiene brío, recursos y feminidad. Nunca olvida que lo que tiene enfrente no es un espejo sino personas que sienten. Y a eso se entrega, a los ojos que la miran.

En este ambiente sale Loli Flores como artista invitada y como líder espiritual de esta filosofía del baile innato, franco, abierto, generoso. La sevillana nos regaló unas impresionantes seguiriyas con palillos -nos quedamos con su acepción más local- que hoy día están prácticamente desaparecidas y que nos permitieron reconciliarnos con la Sevilla más expansiva. Daba gusto detenerse en su lentitud, contagiarse con sus desplantes, dejarse llevar por su ímpetu. Por eso, un ole y otro ole, como ocurrió en el final de los tres por alegrías. Un soplo de aire fresco de la bahía que despeina y sacude sin dar un solo golpe.

La flamencura que salía de las guitarras sabias de Rafael Rodríguez y Miguel Iglesias y las voces atentas de David Sánchez ‘El Galli’ y de José Anillo hicieron el resto. Y no, lo sencillo ni es fácil ni es simple.

 

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