Hay cuestiones indiscutibles como que el mejor potaje que has probado nunca es el de tu abuela. Y lo es porque, a los ingredientes de la olla, la mujer añade todo el mimo y el cariño del mundo, como si del resultado del guiso dependiesen asuntos como la paz mundial. Además, da igual que la señora se haya enfrentado a la receta durante décadas. Sabe que hay que estar dándole vueltas constantemente. Las legumbres son traicioneras y un descuido destroza el plato.
Sirva la alegoría para explicar lo que está pasando en el Potaje Gitano de Utrera, cuya 58 edición se celebró el pasado sábado. Este festival, el más antiguo de cuantos existen, hace tiempo que dejó a un lado la receta tradicional y metió las alubias en la thermomix. La presentación puede ser de Guía Michelin, pero el gusto no es ni parecido al que se cuece en los fogones.
Es directamente imposible saborear la soleá de Tomás de Perrate a través de una pantalla de plasma. O disfrutar de las mineras de Pansequito escuchando cada tercio con retardo desde no se sabe qué altavoces. Muy difícil dejarse llevar por la furia de Aurora Vargas por bulerías tratando de ver sus pies entre carruajes. Ni impregnarse del recogimiento del piano de María Toledo en un patio casi olímpico. Complicado entusiasmarse con El Pele por tangos pasadas las cuatro de la madrugada, pese a que fuera el cordobés el que echó la sal a la comida y puso a los asistentes en pie.
Al final, un artista también está sujeto a aquello de las circunstancias de las que hablaba Ortega y Gasset. Y el público se tiene que volver a casa hambriento de un flamenco al aire libre donde uno acabe chupándose los dedos. Por si todo esto fuera poco, la homenajeada en la presente edición, la bailaora Sara Baras, fue la gran ausente de la noche.
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