Texto: Alejandro Medina. Fotos: Óscar Romero.
Dani de Morón hizo anoche el paseíllo por el Patio de la Montería con las entradas agotadas desde hace meses. Este miércoles 21 de septiembre será ya para siempre el ’21’ de Dani de Morón, que titulará también con esa cifra su próximo álbum.
Un disco que gira en torno a las posibilidades del acompañamiento al cante, y cuya puesta en escena hemos podido disfrutar antes de su lanzamiento.
Anoche Dani se colocó en el centro de su generación, convocando junto a su guitarra algunas de las voces más determinantes del flamenco actual. Arcángel, Jesús Méndez, Rocío Márquez y Duquende acudieron a la llamada del moronero para avanzar con él la frontera del toque, delimitar los nuevos límites del flamenco del siglo XXI (otra vez el número).
Por ello, este concierto de Dani de Morón tiene algo de fundacional, de conmemoración premeditada. De esta fecha parte certeramente lo que podemos llamar el flamenco de hoy, con sus parámetros ya debidamente definidos, y sus principales artífices e inspiradores claramente señalados. Y en esa conquista encontramos a Dani como el aventurero más decidido.
Al igual que sus compañeros de anoche, Dani acudió a las fuentes esenciales para construir un lenguaje personalísimo. En sus manos se acentúan las raíces que definen al toque flamenco. Dani las desnuda y viste a su antojo, a veces señalando el esqueleto del toque, otras veces desfigurándolo con su particular frenesí; esa violencia que rompe en mil pedazos la cadencia, el compás, la armonía, para luego recomponerse con una suavidad desconcertante.
Así lo hizo en las bulerías que dieron inicio al recital, para luego acompasar su rebeldía al cante angelical de Rocío Márquez en granaína, milonga y caracoles. Para ella trenzó un toque elástico y juguetón, pero siempre conciliado con los estilos pertinentes. Para Jesús Méndez reservó la fuerza, la potencia enloquecida de su compás, en una corriente eléctrica que surgió en la soleá por bulerías y prendió en las bulerías jerezanas.
Más tarde, los compases por soleá tendieron la alfombra para que Israel Galván apareciera taconeando desde el fondo del patio e interpretara la primera parte del número al pie del escenario. Un momento mágico, que deja una de las imágenes más perdurables de esta Bienal.
La granaína en solitario fue un oasis de emotividad, que atemperó un concierto que caminó hasta entonces por los picos de los latidos. El cante de Duquende resultó escaso en algunos tercios, y tuvo serias dificultades para rematar los cantes en la cartagenera y la seguiriya.
La simbiosis entre Dani y Arcángel volvió a extender el hechizo por el Real Alcázar, primero en unos tientos llenos de melismas y más tarde una soleá con la cejilla en la boca de la guitarra que sacó lo mejor del cantaor onubense: afinación, compás y riesgo, esto es, la jondura.
La fiesta por tangos plantó bandera para terminar este ’21’, marcado ya para siempre en todos los calendarios del flamenco.