Aurora Vargas y Pansequito, flamenco de luz y negrura

Ella es la bravura, el temperamento, el carpe diem. La mujer que se arremanga el vestido y tira con to pa alante. La que dice cuándo empieza y cuando acaba la fiesta, la bulería arrebatadora, el genio. Aurora Vargas lleva en sus enaguas la esencia de la mujer gitana pasional y pasionaria. Que jalea y se emociona casi a la vez, como si en realidad no hubiera tiempo para ninguna de las dos cosas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Así, salió el miércoles al escenario del Teatro Lope de Vega para presentar ‘Mentes flamencas’. De blanco radiante quiso explicarle al mundo su modo de entender el flamenco. Dicen que en este color confluyen todos los otros. Empezó por alegrías y continuó con unas soleares de profundo eco. El sonido dejaba mucho que desear pero quienes la conocen sabía que poco iba a tardar en levantarse de la silla.

Por tangos esta Aurora fue entrando en lo suyo. Dejó a un lado el micrófono y a partir de aquí se dedicó a dejarse llevar por lo que atesora en su garganta. Pocas como ella representa mejor el cante femenino sevillano.  Cantó un repertorio de infinitas bulerías al amor y a lo que hay que pedirle a los hombres y tuvo tiempo para acordarse con emoción de ‘El Eléctrico’ y para despedirse por tonás, por si a alguien le quedaba alguna duda de su potencial.

Tras su luz, él. La negrura, la pausa, el flamenco ad libitum.  El hombre que se desabrocha la camisa y se sabe macho. El que se aferra al cante corto y pone en cada tercio toda la contención. El que sabe que no tiene que presentar credenciales ni presumir de lo que es. Pansequito tiene un eco que duele por su precisión, por su aparente sencillez. Sus seguiriyas, tarantas y soleares invitaron al recogimiento y permitieron respirar sensatez. Sus bulerías a media voz hacían creer que el pellizco es fácil.

Juntos siguieron a este compás del tres por cuatro en lo que terminó siendo un genial duelo de maestros de dos escuelas únicas e imprescindibles. Un solo giro de Aurora bailando da para escribir un tratado de arte. Un solo quejío de Panseco resume la historia de una raza.

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