El ‘aje’ de Pastora Galván

Ha nacido en la Macarena pero parece haberse pasado la vida en un puesto de buñuelos de la Triana pura. Ha cumplido sólo 33, aunque por sus ademanes haga pensar que cría nietos mientras pregona pestiños y alfajores. Hereda apellido y huella académica y, sin embargo, ella mueve su cuerpo salvajemente, como si nunca le hubiese preocupado el reflejo en el espejo. En distancias cortas, habla bajito, tímidamente. Sobre el escenario se jalea con una seguridad apabullante. He aquí el poder transformador del baile en los pies de Pastora.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La sevillana demostró el pasado jueves en Cajasol que se sobreexpone sin miedo, con la soltura de quien piensa que ya no tiene nada que perder. Iluminando y poniendo color a un mundo a menudo oscuro. Resolviendo y arremangándose para lo que haga falta. Poniendo fuerza, pero también maña, redaño.

Pastora usa la técnica para recrearla, reinventarla y olvidarla al rato. Entiende el flamenco como divertimento. Se ríe, desdramatiza. Invita a la fiesta y paga la primera ronda. Es natural, espontánea. Cada vez más suya. Cada vez más propia.

Foto: Jaime Martínez.‘Pastora baila en Sevilla’ fue un perfecto resumen de lo que esta bailaora es. O mejor, de en lo que se ha convertido. Hora y cuarto de baile sin pausa, con un atrás de compás (Bobote), guitarra (Ramón Amador) y cante (Cristian Rodríguez) presente en todo momento. Y, a partir de aquí, el juego. Por eso, agota localidades y gusta a las abuelas, a los señores y a las novias poco aficionadas. Porque les hace sentir que forman parte de su familia, que están en casa, y porque nunca se aburren. Todo el mundo agradece la risa y se contagia de la alegría.

Adiós a la frialdad. Hasta luego a la mesura. Hasta nunca al baile como ejercicio. Que llega Pastora y da la bienvenida a la carnalidad, al golpe de cadera. A la mirada fija, al coqueteo. Decía el crítico y artista cordobés, Rafael Agredano, que era necesario sacarle la lengua al arte, despojarlo de la mítica excesiva, de lo que lo convierte en un vicio solitario, y devolverle «esa sensación simple y feliz que es el acto de crear». Pues eso, es lo que consigue esta bailaora.

Podríamos decir que estuvo exultante por tangos, marianas y pregones pero también podemos dejarlo en exultante a secas. Un regalo para los fotógrafos, una tranquilidad para los críticos, una recompensa para el patio de butacas. El aje que tan caro se cotiza.

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