Fuera hacía un día horrible. De esos que zarandea el rostro y da a los sevillanos todos los motivos para no salir de casa. Menos mal que dentro, en la Sala Joaquín Turina, estaba Pepa Montes y Ricardo Miño para dar todo el calor del mundo y recordar que el flamenco es para los valientes.
La bailaora sevillana inauguró la nueva temporada de los Jueves de Cajasol con un espectáculo preciosista, elegante y deliciosamente exquisito que sentó las bases de una forma de entender el baile y la vida. ‘Mi esquema del baile jondo’ fue de principio a fin un tributo a la Sevilla más espléndida. Un alegato a la sencillez. Una parada necesaria.
Los dos formaron un tándem de maestría en el que uno iba poniendo la dulzura y el pellizco a través de la guitarra y la otra se iba dejando arrastrar libremente por la melodía para transformar las notas en emociones. En otras palabras, Pepa Montes ejerce un baile que se despide de los corsés y dice adiós a la prisa. Mantiene los silencios produciendo la misma tensión dramática que cuando en el circo se anuncia un más difícil todavía.
Medida en la caña, completamente arrebatadora por alegrías, profundamente femenina en el garrotín, inspiradora por soleares y espontáneamente divertida en el bis por tangos de Triana. Sabia en su plenitud, serena y generosa. Por eso, dejó al público disfrutar de las impecables voces de Sebastián Cruz y Vicente Gelo y de las prodigiosas manos de su hijo Pedro Ricardo Miño que imprimió una enorme jondura al piano, haciendo que por momentos las teclas hicieran la llamada por bulerías.
Ella, mientras tanto, daba lecciones con cada movimiento de muñeca, cada apertura de brazos o cada cierre. Logrando su objetivo de embriagar la sala de sevillanía. Fuera hacía un día horrible. Dentro empezó a oler a azahar.
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