Si se entiende que la Bienal debe dar cabida al flamenco que nace desde las instituciones y que debe servir de plataforma para el surgimiento de nuevos artistas que serán los protagonistas de las ediciones futuras, entonces sí tiene sentido que la apertura de la programación del Teatro Maestranza no fuera ningún estreno absoluto sino un ‘resumen’ de las dos últimas propuestas del Ballet Flamenco de Andalucía. Pero claro el problema viene cuando no se tiene tan clara la premisa y lo que resulta pierde todos los sentidos.
‘Metáfora Flamenca’ y ‘Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías’, las primeras obras del joven bailarín Rubén Olmo como director de la compañía, son dos piezas que juntas no casan sino cansan. Y, ¡ay del peligro de una ‘n’!
Es decir, en ambas propuestas había escenas visualmente preciosas; coreografías espectaculares, entre las que destacaron la de la desgarradora muerte de Ignacio Sánchez Mejías o la composición más contemporánea de los bailarines frente al cuerpo yacente de Antonio Canales; momentos de especial flamencura, reservados casi todos al desparpajo y la soltura de Pastora Galván. Y, por supuesto, una enorme maestría en el cuerpo de baile encabezados por un genial Olmo con capote de torero y una finísima Patricia Guerrero a la que daba gusto ver mover los brazos.
Pero, definitivamente, esto no basta para satisfacer las casi dos horas y media que duró la intención ni para evitar cierto aburrimiento. Sobre todo, cuando entre las historias, una “alegoría de la vida” y una historia que pretende ahondar entre la relación del torero y el poeta Federico García Lorca, no existe ningún nexo de unión. Ni tenía por qué en su génesis, claro. O cuando se desprende cierta improvisación de última hora respecto a cómo resolver el ‘recorte’ que habrán sufrido ambas piezas -cómo está la cosa-. O, aún menos, cuando se reiteraban los fallos en el sonido, el elenco de cantaores más que acompañar distraía y apenas se vivieron momentos de emoción o grandeza.